Presten atención. Quizá en la Villa y Corte no se nota porque van mirando al suelo que, sin duda, es una contemplación mística sin igual, pero en provincias reconquistadas por el turismo se puede observar, para pasmo de nativos, que hay personas, en principio humanas, que meten tripa en las fotos, se ponen de puntillas y se muerden los mofletes. Todo, al mismo tiempo y para la posteridad. «Pa la historia», diría Agujetas de Jerez. ¿No les parece un fraude? A mí, sí. No me gusta que me mientan ni verme rodeado por cientos de semiprofesionales de la pose, y menos aún que me pidan hacerse la foto conmigo como si yo fuera un espécimen por extinguir en el Sacromonte. Luego, me pongo a divagar y comprendo, con pena, el porqué. Quien aparenta, trata de venderse gato por liebre. Y qué lástima eso de despreciarse, despeñarse, esclavizarse por la superficialidad de otros.
No somos más queridos por la superficie. Es obvio, pero así andamos: de apariencia en apariencia, de perfil en perfil, de fragmento en fragmento, sin ver nunca lo profundo. Quien nos quiere no espera que vayamos de puntillas y a puntito de la asfixia por meter dos tallas de estraperlo, ni tampoco espera una agotadora vida de riesgos propios de las brigadas de salvamento marítimo, que de eso sé algo por viejo zorro de mar.
Ya, en mi divagación absoluta, me pregunto: «Pero, hijo de mi alma, ¿quién nos quiere del todo, si hasta los aparentes amigos afilan en silencio sus navajas?». Y, entonces, descubro la singularidad del interrogante, ya que, a poco que se profundiza, se ven muchas cosas cruciales para una vida ausente de sí, de una vida que no se quiere, entregada a caprichos ajenos, a la vanagloria del ego, al éxito que deja siempre, de regalo, un poco de amargura.
¿Quién nos ama más allá del aspecto, de la raza, de la talla, de las opiniones y de las extravagancias propias de un transformista ante la cámara? ¿Quién abraza nuestra decepcionante manera de ser? ¿Quién nos ama con todo nuestro mal; con todos nuestros defectos? ¿Quién piensa en nosotros tanto como para entregar su ropa, su vida, su libertad, a cambio de la nuestra? ¿Quién nos espera en el último de nuestros calabozos? Piensen si han encontrado a alguien así y si puede ser solo de humana condición para tener tanta paciencia con nosotros. Eso ya no es tan obvio y puede que haya recomendar la lectura de Jeremías 31, 3: «Con amor eterno te amé, por eso tuve piedad de tu nada».