«Este pueblo es demasiado pequeño para los dos, forastero», era una frase recurrente en los wésterns que me fascinaba en mi infancia. Ahora, de mayor, se la digo irónicamente a mis hijos cuando empiezan su retahíla de improperios, cada vez que nos dirigimos a jugar al fútbol al parque de al lado de casa. «¡Papá, no nos obligues a jugar con otros niños a los que no conocemos!». Es que no falla, es llegar al césped, plantar un par de jerséis como postes de una improvisada portería y, en cuestión de minutos, sale de la nada una masa de niños que pide incorporarse al juego. Muchos de ellos, yo diría que la inmensa mayoría, son de origen marroquí, dominicano, ecuatoriano, chino, ucraniano o rumano. Al final, la humilde pachanga o gol regate que tenía pensado jugar con mis hijos termina convirtiéndose en un multitudinario partido con niños y niñas de variadísimas razas, nacionalidades, edades y clases sociales.
Estos últimos días han sucedido dos hechos que me han recordado a los partidos multiétnicos en los que suelo embarcar a mis sufridos hijos. El primero de ellos ha sido el de las reacciones furibundas en la red social X a la pública posición favorable por parte de Luis Argüello, actual presidente de la Conferencia Episcopal Española, a la toma en consideración por el Congreso de los Diputados de una iniciativa legislativa popular encaminada a solicitar al Gobierno una regularización extraordinaria de cerca de 500.000 inmigrantes ilegales. Por pudor, me abstengo de reflejar muchos de los calificativos e insultos dirigidos al arzobispo de Valladolid, desgraciadamente provenientes en buena parte de gente que se define a sí misma como católica. En esencia, se tacha a Argüello y, por extensión, a sus otros compañeros en el episcopado, de traidores a España y de colaboradores en un supuesto plan oculto de las élites globalistas para reemplazar la población autóctona «española» por la foránea, sobre todo de origen árabe (el conocido como gran reemplazo).
El segundo de los sucesos ha sido la victoria del Athletic Club de Bilbao en la final de la edición 2023-2024 de la Copa del Rey de fútbol, que llevaba sin ganar 40 años. La columna vertebral del equipo vasco, en el que por imperativo de sus estatutos solo pueden militar jugadores nacidos o formados en Vizcaya, son los delanteros Iñaki y Nico Williams, dos hermanos cuyos padres provienen de Ghana. Los progenitores de los hermanos Williams, huyendo de la miseria de su país, atravesaron en unas condiciones terribles media África hasta llegar a Marruecos y alcanzar la frontera de Melilla. Tras saltar la valla, fueron inmediatamente detenidos por la Guardia Civil, pero evitaron su deportación gracias a los consejos de un abogado de Cáritas, que les puso en contacto con un sacerdote vasco, Iñaki Mardones, que se ocupó de buscarles alojamiento y trabajo en el País Vasco. En agradecimiento, el matrimonio Williams puso su nombre a su primogénito.
«¿Qué tramáis, morenos?», es la frase despectiva con la que el personaje interpretado por Clint Eastwood, el jubilado veterano de guerra Walt Kowalski, se dirige a los chavales afroamericanos de su barrio, en la fantástica película Gran Torino (2008). La posición de partida de Kowalski es la misma que la de mis hijos ante los partidos multiétnicos o la de los críticos con Luis Argüello: la pereza, la desconfianza o la sospecha frente a lo diferente que entra inesperadamente en nuestro ámbito vital. El personaje de Kowalski se ve obligado a recorrer un camino de aprendizaje de la convivencia, en su caso con la comunidad hmong, que le lleva a vencer la extrañeza y reconocer la imprevisible riqueza de lo otro, que a su vez le permite en el crepúsculo de su vida redescubrir su verdadero valor, sepultado por los escombros de la mirada habituada y sin esperanza de sus familiares y amigos.
Hace poco leí en el interesantísimo libro de memorias del mítico periodista JAMS, La prensa libre no fue un regalo (Marcial Pons, 2022), cómo el hecho de empezar a leer el árabe escrito, debido al trabajo que entonces desempeñaba, le hizo perder el miedo que le despertaban las pintadas en esa lengua en los muros de Palestina, Siria o Irak, que salían en la prensa o en la televisión, y cómo desde entonces se lanzó sin tapujos ni frenos a profundizar en el mundo árabe y musulmán, lo que le procuró el acceso a personajes y noticias que hasta entonces le habían estado ocultos o vedados.
Siempre animo a mis hijos a jugar al fútbol con niños a los que no conocen de nada, a que venzan la pereza que les da ponerse en acción con ellos; medirse con quien no se sabe sus cuatro trucos es la más eficaz forma de mejorar, en la búsqueda de soluciones nuevas a problemas nuevos. No es casualidad que hayan sido dos hermanos de origen ghanés, hijos de inmigrantes que entraron ilegalmente en nuestro país, quienes han devuelto al Ahtletic Club al lugar al que le corresponde por historia. Quién sabe qué papel crucial, qué intervención decisiva en el destino de España, le tiene deparada la providencia a cualquiera de los 500.000 extranjeros cuya regularización se está promoviendo. No nos olvidemos jamás de la hospitalidad; gracias a ella hospedaron algunos, sin saberlo, a ángeles.