José Luis Sáez-Díez de la Gándara, delegado episcopal de Exequias de Madrid, coordina la pastoral en los tanatorios, cementerios y crematorios de la diócesis capital. Día a día se enfrenta al dolor de muchas personas que pierden a un amigo o a un familiar querido, y tiene respuestas para aquellos que temen el momento de morir por no saber lo que viene después.
¿Qué pasa cuando morimos?
Lo que pasa, en definitiva, es que estamos en las mejores manos: las manos de Dios.
¿Qué podemos esperar de Él?
Eso lo sabemos por Jesucristo. Él dijo: «Yo soy la resurrección y la vida. El que haya muerto, vivirá, no morirá para siempre». También nos dijo: «En la casa de mi Padre hay muchas moradas», y prometió que nos prepararía un lugar para estar con Él. Son unas pocas palabras que nos indican la maravilla de lo que Dios nos tiene preparado.
¿Qué es el Cielo?
El cielo que tenemos encima de nosotros es lo más grande y luminoso que nos rodea, es una imagen sublime de eso que nos ha preparado Dios para después de morir. San Pablo dijo que nadie sabe bien «lo que Dios ha preparado para aquellos que le aman». Es algo indescriptible, no lo podemos saber con certeza desde aquí, pero esta incomodidad es algo bueno, porque nos pone radicalmente en manos de Dios. Nadie puede elaborar una estrategia o un diseño para ganárselo. Es una realidad que nos coloca como pobres delante de Dios.
Si es algo tan bueno, ¿por qué Dios necesita nuestras oraciones?
A Dios le gusta que le pidamos. Ante la muerte uno se sitúa en silencio, se siente pobre y le pide a Dios. El pobre pide, no exige, y ante la muerte todos somos pobres y desvalidos. Todos podemos confiar en Dios para que acoja a nuestros seres queridos y les dé eso que les ha preparado: «Mira, mi padre, mi madre, mi marido… están en tus manos, cuídalos». Oramos para que Dios les acoja.
Si Dios es tan bueno, ¿por qué el purgatorio?
Precisamente porque es bueno. El purgatorio no es un lugar, es un estado de purificación por los pecados que hemos cometido. Todos necesitamos esa purificación, es una forma de misericordia que nos prepara para nuestro destino final. Jesús quiere que todo el mundo se salve y viva, pero desde la verdad. Si no, no habría justicia, porque el amor hace justicia también, no es simplemente un sentimiento. Amar es entregarse a la persona en la verdad de lo que es. Ese es el amor que nos da Dios, un amor de verdad.
¿Qué tiene que ver el amor con el juicio?
En realidad, la vida eterna que pedimos para nosotros y para los que nos han dejado comienza en el Bautismo. La vida eterna no es algo completamente distinto a lo que ya podemos vivir. Y cuando hacemos algo mal y sabemos que hemos hecho algo mal, tenemos al mejor abogado, Jesucristo, que en el sacramento del Perdón nos devuelve esa vida que deseamos vivir para siempre.
¿Y ya está?
No. Hay mucho más. Nos espera algo que es asombroso: la resurrección del cuerpo.
Cuando san Pablo habló de eso en Atenas se burlaron de él…
Pero sin embargo es lo más realista. El cuerpo es la realidad que tenemos. Lo cuidamos mucho y Dios lo cuida también. Dios quiere salvar todo lo que ha creado, no se deja nada aquí, abandonado como si fuera cualquier cosa. Si no, no nos salvaría completamente.
La muerte es el gran misterio de nuestra vida, y todos habremos de pasar por ella. Por eso hay que acercarse a ella con paciencia y con calma, meditar sobre ella de vez en cuando, para conocer bien el regalo que nos espera.