¡Que llega el esposo, salid a recibirlo! - Alfa y Omega

¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!

Viernes de la 21ª semana de tiempo ordinario / Mateo 25, 1-13

Carlos Pérez Laporta
Parábola de las Vírgenes Sensatas y Necias. Hieronymous Francken II. Museo del Hermitage, de Moscú. Rusia.

Evangelio: Mateo 25, 1-13

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:

«El reino de los cielos se parece a diez vírgenes que tomaron sus lámparas y salieron al encuentro del esposo.

Cinco de ellas eran necias y cinco eran prudentes. Las necias, al tomar las lámparas, no se proveyeron de aceite; en cambio, las prudentes se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas.

El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz: “¡Que llega el esposo, salid a su encuentro!”.

Entonces se despertaron todas aquellas vírgenes y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las prudentes:

“Dadnos de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas”. Pero las prudentes contestaron:

“Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis”.

Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta.

Más tarde llegaron también las otras vírgenes, diciendo: “Señor, señor, ábrenos”.

Pero él respondió:

“En verdad os digo que no os conozco”.

Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora».

Comentario

«El Reino de los cielos» es la fuente que buscamos. Qué y cómo es ese Reino que buscamos, no lo sabemos. La altura del cielo apunta a nuestra incomprensión: el cielo para el hombre antiguo era la verdad de la tierra; la verdad que rige la tierra es el cielo: siempre es visible, pero también demasiado alto como para que nos apropiemos de él. La verdad última de la vida es un misterio visible. Por eso, «se parece a» algo. No es totalmente inalcanzable. El misterio se parece a cosas y situaciones. De tal manera que es visible, comprensible en cierta manera.

En este caso, tiene un cierto parecido con «diez vírgenes». La mitad de ellas eran necias, las otras no. Pero todas ellas tenían en común «que tomaron sus lámparas y salieron al encuentro del esposo»; esto es, todas ansiaban ver al esposo con su luz. El deseo es la fuerza de los ojos. No se ve lo que no se desea. Se ve sobre todo con el corazón. «Salieron al encuentro». Ver es encontrar lo que se desea. Lo que no se desea no se ve. Como el esposo deja de ver a la esposa cuando deja de desearla. El deseo arde en nuestro interior. Por eso ilumina, y ve. Sin combustión no hay luz. Y el deseo es la vida que busca más vida. Y esa fuerza es energía, que es el aceite. Sin energía no hay deseo. Si no se alimenta el deseo, si no se le enriquece, se apaga. El deseo no arde porque sí. El deseo arde con la vida, porque es la vida que busca. Una vida gris no tiene luz, porque no tiene deseo. Si no alimentamos el deseo, dejaremos de desear, y dejaremos de ver. El Reino de los cielos se parece al deseo.