«¡Qué bien vivís sin niños!» - Alfa y Omega

La infertilidad es una realidad que afecta a una de cada seis parejas. Puede aparecer también después de haber tenido uno o varios hijos. Más de un matrimonio católico en esta situación me ha compartido la soledad que vive en la Iglesia. Cuántas veces tienen que soportar comentarios como: «¡Qué bien vivís sin hijos!». Y a cuántas se les pone la etiqueta de «egoístas», sin conocer sus circunstancias. Detrás de esas etiquetas y comentarios hay un gran desconocimiento de qué supone la infertilidad.

Algunos católicos a veces confunden la santidad con el número de hijos. Sin darse cuenta, pueden herir a otros matrimonios cuando muestran su sorpresa al ver que tienen «pocos» hijos o ninguno. La prole da la oportunidad de desarrollar muchas virtudes, especialmente la generosidad, pero eso no significa que las personas sin ella sean egoístas o no puedan alcanzarlas por otros medios. Todos estamos llamados a ser santos con nuestras circunstancias.

También hay quien piensa que quienes no podemos tener hijos somos egoístas si no adoptamos. Pero la adopción es una auténtica vocación, y no todos estamos llamados a ella. Por otra parte, la generosidad tiene 1.000 caras y cada familia la vive a su manera. Los matrimonios sin hijos cuyo camino no es la adopción están llamados a amar de otras maneras. Quizás lo egoísta sería adoptar para llenar un vacío emocional o para sentirse realizado, en lugar de por el bienestar del niño.

Es obvio que vivir sin hijos tiene ciertas ventajas, pero eso no significa que los matrimonios que no los tenemos no tengamos problemas. De igual manera, creer en Dios no nos ahorra el sufrimiento de no poder tener hijos cuando los deseas con toda el alma. Pero la fe nos ayuda a seguir confiando aunque no entendamos nada. Es importante profundizar en este campo para que todos sepamos acompañar a quienes sufren por esta causa.

La autora acaba de publicar El camino de la infertilidad (Alienta Editorial).

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