El mundo de las series está lleno de paradojas, como la que constituye la plataforma de Apple. Probablemente la que mejor compite con HBO Max en calidad cinematográfica, con muchas producciones que justificarían su cuota mensual, pero, sin embargo, una de las plataformas menos contratadas. Para quien todavía dude, solo recomiendo que vea esta serie, Presunto inocente, y decida después. Una joya sin paliativos, como el libro en el que se inspira. Una nueva adaptación de la película homónima de Harrison Ford, sobre una historia a la que el formato serie le hace más justicia. El fiscal Rusty Sabich recibe la noticia de que su más estrecha colaboradora, Carolyne Polhemus, ha sido brutalmente asesinada, y asume la investigación en pleno proceso de elección del nuevo fiscal general. Sin incurrir en excesivos spoilers, podemos adelantar que la relación entre Sabich y Polhemus iba más allá de lo estrictamente profesional y que el propio Sabich se convierte muy pronto en el principal sospechoso para los investigadores.
A partir de este punto, el espectador disfruta de ocho episodios con constantes giros de guion, con finales de capítulo a cada cuál más sorprendente y que engancha de principio a fin. Buena parte de culpa en su calidad la tiene el elenco de actores, magnífico en cada episodio: Jake Gyllenhall debería ser nominado el año que viene a los Emmy, pero sería un crimen que se olvidasen del papelón de Peter Sarsgaard como fiscal, o el de Bill Camp como abogado del propio Sabich. Porque evidentemente estamos ante un thriller judicial yankee, con unos magistrales interrogatorios y unas escenas en sala de las que mantienen al espectador al borde del sofá. Una advertencia: a partir del cuarto capítulo es casi imposible no ver los últimos del tirón, aunque signifique robar horas al sueño.