Robert Engelman, director del Worldwatch Institute (WWI), ha afirmado que «el término sostenible se utiliza profusa y cacofónicamente», corriendo el riesgo de convertirse en una palabra desgastada y vacía de contenido. El director del prestigioso think tank ubicado en Washington D. C. es consciente de la complejidad y riqueza de un término que está en boca de todos –científicos, economistas, políticos, empresarios y organizaciones sociales– pero cuyo uso indiscriminado e impreciso ha transformado un urgente debate contemporáneo en mera sosteniblablá.
Con el fin de clarificar y profundizar en el sentido de las múltiples dimensiones de la sostenibilidad, el WWI continúa la tradición de publicar su informe anual centrándose en un aspecto particular. El miércoles 4 de octubre, fiesta de san Francisco de Asís, se presentó el informe del 2017 en la Universidad Pontificia Comillas ICAI-ICADE contando con la participación del coordinador del estudio, Erik Assadourian. Esta vez el énfasis se ha puesto en el ámbito pedagógico y formativo, escogiéndose como título: Educación ecosocial: Cómo educar frente a la crisis ecológica (Fuhem-Icaria, Madrid 2017).
El interés por la «educación ecosocial» –expresión que engloba no solo los conocimientos relacionados con las dimensiones científicas y técnicas de la sostenibilidad, sino también los aspectos económicos, socioculturales y hasta espirituales que es necesario tomar en consideración– no es nuevo, pero la urgencia por alcanzar los 17 objetivos de desarrollo sostenible formulados por la ONU el año 2015 en la Agenda 2030 ha hecho de ella una palanca de transformación cultural imprescindible.
Para Assadourian, ante las múltiples transformaciones sociales y los procesos de degradación medioambiental que enfrentamos «deberán surgir muchas prioridades educativas nuevas: conocimientos sobre ecología, educación moral, pensamiento sistémico y pensamiento crítico, por citar algunas». Es más, afirma el veterano investigador del WWI, «sin estas y otras capacidades clave, la juventud actual se encontrará mal preparada para el doble desafío al que se enfrenta de crear una sociedad sostenible y adaptarse a un planeta cambiante». En este desafío, como ha señalado en repetidas ocasiones en sus investigaciones sobre posibles vías de transformación cultural, las religiones resultan palancas de cambio imprescindibles.
No es casual, por tanto, que el Papa Francisco dedicase el último capítulo de la encíclica Laudato si (LS) a reflexionar también sobre «Educación y espiritualidad ecológica» (LS 202-246). Tras incorporar a su análisis la dimensión científica (capítulo I), teológica (capítulo II), filosófica (capítulo III), socioeconómica (capítulo IV) y política (capítulo V), la reflexión desemboca, a modo de síntesis, en la importancia de la educación y la espiritualidad para abordar el complejo reto de la sostenibilidad. Porque, como señala lúcidamente, cuando hablamos de medioambiente «estamos ante un desafío educativo» (LS 209).
La pedagogía social de Laudato si
De este modo, LS no solo identifica las causas que nos han conducido a la encrucijada histórica en la que nos encontramos, planteando un diálogo entre los principales actores implicados y reivindicando el papel de la religión en la plaza pública, sino que propone también toda una pedagogía social que puede ser utilizada –más allá del ámbito religioso– a nivel personal, comunitario e institucional. En este sentido, la educación ecosocial o «educación para la alianza entre la humanidad y el ambiente» (LS 209-215) no sería un mero añadido a una lista de temas que conviene repasar, sino una cuestión clave que posibilita otros muchos diálogos culturales y procesos sociales.
Es más, la extensa y prestigiosa red de instituciones educativas católicas constituye una plataforma privilegiada para ofrecer una educación integral, capaz de incorporar a los conocimientos científicos la visión crítica y la reflexión ética que demandan investigadores como Assadourian. El proyecto digital Healing earth (healingearth.ijep.net), liderado por un conjunto de universidades y colegios católicos, sería un buen ejemplo de una iniciativa educativa por la sostenibilidad y de un modo nuevo de trabajo en red.
La Iglesia fue consciente desde muy pronto de la importancia de la educación para la evangelización de los pueblos, pero también para la construcción de sociedades ancladas en valores sólidos, capaces de formar ciudadanos preocupados por el bien común y las futuras generaciones.
Una cita que ha sido poco reproducida sintetiza bien la contribución específica que la tradición cristiana puede hacer: «La educación ambiental ha ido ampliando sus objetivos. Si al comienzo estaba muy centrada en la información científica y en la concientización y prevención de riesgos ambientales, ahora tiende a incluir una crítica de los mitos de la modernidad basados en la razón instrumental (individualismo, progreso indefinido, competencia, consumismo, mercado sin reglas) y también a recuperar los distintos niveles del equilibrio ecológico: el interno con uno mismo, el solidario con los demás, el natural con todos los seres vivos, el espiritual con Dios. La educación ambiental debería disponernos a dar ese salto hacia el Misterio, desde donde una ética ecológica adquiere su sentido más hondo». (LS 210)
La búsqueda de la sostenibilidad está posibilitando en los últimos años una confluencia de intereses y un acercamiento entre actores sociales que, hasta ahora, habían caminado por sendas distintas. Confiemos en que la Iglesia ayude a profundizar en el sentido de la sostenibilidad para evitar así caer en la sosteniblablá a la que se refería Engelman. No es solo una tarea urgente y apasionante, es también una llamada histórica y una oportunidad única para colocar a la religión en el lugar público que le corresponde.