¿Por qué tenéis miedo?
Sábado de la 3ª semana del tiempo ordinario / Marcos 4, 35-41
Evangelio: Marcos 4, 35-41
Aquel día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos:
«Vamos a la otra orilla».
Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó una fuerte tempestad, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un cabezal. Lo despertaron, diciéndole:
«Maestro, ¿no te importa que perezcamos?». Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar:
«¡Silencio, enmudece!».
El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo:
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Se llenaron de miedo y se decían unos a otros:
«¿Pero quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!».
Comentario
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?», les ha dicho Cristo a los apóstoles. Que tenían miedo es evidente, ¿quién no teme un naufragio? ¿Acaso Jesús pretende una fe descarnada e impasible, y por tanto inhumana? Además, al mismo tiempo, ¿acaso no tienen fe los apóstoles? ¿Pero es que no van a despertar a Jesús porque confían en Él, porque esperan de Él la salvación? ¿Qué pretende Jesús?
Jesús reconoce su fe, pero quiere que madure y se haga cargo del miedo. Porque una fe que no se hace cargo del miedo termina por ser una fe interesada. Una fe determinada más por el miedo a la adversidad que por la confianza en Dios solo espera evitar las circunstancias y termina por descreer del Señor. La fe que madura es una fe que opta por esperar más a Cristo mismo, sean cuales sean las circunstancias, que la ausencia de adversidad. La fe verdadera se hace cargo del miedo, porque en la adversidad se espera todo de Cristo. El miedo desespera. La fe teme sin desesperar, porque espera cualquier cosa del Señor, o mejor, porque espera al Señor en tocas las circunstancias: tanto en la tormenta como en la calma, tanto en el naufragio como a flote en el barco, tanto en la vida como en la muerte. Todo pasa a ser de Cristo.
La fe no es tan altiva como para desdeñar el miedo. La fe se hace cargo del miedo y así crece. Y el miedo se transforma cuando es recogido por la fe. La fe hace de tripas corazón y el miedo se hace virtud. Es decir, se hace temor de Dios. Porque el creyente es temeroso de Dios. No es de fría apatía, es filiación. El hijo descarga su vida en manos del Padre. Dice abbá —papaíto— en cada momento, buscando su mano. Porque todo hijo no espera en primera instancia evitar el mal, cuanto encontrar a su padre.