¿Por qué hay que proteger la construcción de belenes?
Avanza la declaración del belenismo como manifestación representativa del patrimonio cultural inmaterial. La iniciativa se conoce en una época en la que el belén de Sol recibió 44.200 visitas más que en 2019
El belén instalado por la Comunidad de Madrid en Sol ha recibido este año 44.200 visitantes más que en 2019, último año en el que se hizo en interior —en 2020, a causa de la pandemia, se montó en el exterior de la Real Casa de Correos—. En total han sido 164.201 personas las que en esta Navidad han acudido a ver el montaje estrella de la Asociación de Belenistas de Madrid, protagonizado en esta ocasión por el agua. Un diseño exclusivo y de estreno para la región en el que se utilizaron tres plataformas de cinco metros de diámetro cada una; 20.000 litros y 24 bombas de agua; 720 kilos de corcho, y 200 figuras de la escuela de Olot y de los belenistas José Luis Mayo, Montserrat Ribes, Javier García Díez y Daniel Alcántara.
El dato se conoce el mismo mes en que el Ministerio de Cultura ha incoado expediente para declarar el belenismo como manifestación representativa del patrimonio cultural inmaterial. Su declaración definitiva deberá ser acordada en Consejo de Ministros en el plazo máximo de un año, y se concretará en forma de real decreto. No obstante, este primer paso dado por el ministerio, ya publicado en el BOE, supone un reconocimiento y una salvaguarda de la práctica del belenismo. Así lo había pedido la Asociación de Belenistas de Madrid en julio de 2019, cuando presentaron el expediente, porque, de esta forma, como explican «estará protegido por ley». Hay constancia, añaden, de representaciones de la Natividad ya en el siglo II, en las catacumbas. Además, la cultura belenista está muy extendida no solo en España, también en otros países europeos como Polonia, Hungría, Austria, Italia y Portugal, e incluso en regiones de Sudamérica como Perú, México y Ecuador.
Según recoge el BOE, el belenismo «es una tradición de religiosidad popular que tuvo su origen en la Europa medieval» y que hoy en día «trasciende lo estrictamente religioso» para encuadrarse en una dimensión cultural, «convirtiéndose en un hecho sociológico». Este arte incluye la fabricación de las figuras, cuyos conocimientos «suelen transmitirse de una generación a otra en el seno de grupos familiares o talleres, siguiendo una trayectoria estilística», y también el montaje del belén. La resolución reconoce que el belén conlleva una fuerte carga identitaria; contribuye a la transmisión de la cultura popular al mostrar oficios en algunos casos ya desaparecidos, y está ligado a la tradición oral. Así, se vincula a muchos villancicos que aluden al belén y que forman el cancionero popular navideño. La resolución también recoge la impronta del asociacionismo en torno al belén, «con una gran nivel de compromiso para mantener y divulgar esta actividad».
La historia
El belén más antiguo aún en uso que se conserva en España es el conocido como belén de Jesús, en la iglesia de la Anunciación de Palma, en Mallorca, fechado a finales del siglo XV. Hay constancia documental de que en la catedral de Valencia se renovaron las figuras del misterio en 1468, y en 1502 ya aparece la expresión «montar el belén». Ya en el siglo XVI había monasterios que armaban belenes, pero esto no era exclusivo de los religiosos. La nobleza española lo empezó a incorporar a sus hogares en esos mismos años. En 1576, el séptimo duque de Medina Sidonia encargó un belén para la capilla de su palacio de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), aunque su esposa, Ana de Silva y Mendoza, ya hacía tiempo que mandaba montar uno sobre una estructura de madera en su oratorio particular. En el siglo XVII se extiende la práctica en palacios, iglesias y conventos y, junto a ella, la tradición de religiosos y monjas que se convirtieron en auténticos maestros belenistas. Ese mismo siglo sería testigo de la llegada a España de los nacimientos napolitanos.
No sería hasta el siglo XIX cuando el belén se introduce en los hogares españoles, fundamentalmente de la nobleza y, posteriormente, de las familias acomodadas. Con un marcado carácter narrativo y catequético, van incluyendo otras escenas evangélicas además del nacimiento, así como multitud de pastores. En las ciudades se destinan espacios para la venta de todo lo necesario para montar el belén. Madrid acogía los puestos en la plaza de Santa Cruz y las calles adyacentes desde 1765; Barcelona vendía los elementos en la Feria de Santa Lucía desde 1786. En aquellos años, los ríos se hacían con el papel de plata de las chocolatinas y cristales de vidrios rotos, que reflejando la luz, simulaban el movimiento. En las casas pudientes empleaban a algunos de sus sirvientes para que, ocultos tras el montaje, fueran echando agua con palanganas o cubos por el cauce del río cuando llegaban las visitas. Unas visitas que eran tradición, para las que las familias cursaban invitaciones formales, y que se convertían en todo un acontecimiento navideño. En los años 30-40 del siglo XX se comenzaron a fabricar las figuritas de cacharrería murcianas, de menor tamaño y más económicas, lo que favoreció la popularización del belén en todos los hogares de España.
Los materiales utilizados, con el corcho, el musgo y las bombillas como elementos estrellas; la técnica para tallar las figuras, y su origen en función de las diferentes escuelas o maestros belenistas son algunos de los aspectos que igualmente detalla la resolución, así como el reconocimiento de la dimensión internacional del belenismo.