Santo Tomás de Aquino trasladó la concepción aristotélica al núcleo de la nueva civilización, la cristiandad. Pero lo hizo no como un mero trasmisor, sino como un creador. Transformó aquel pensamiento dándole una nueva vida, tanta que sigue vigente en épocas coetáneas y en momentos históricos distintos, como han mostrado Maritain y MacIntyre. Y esto fue así porque situó a Dios en el centro de la forma aristotélica del pensar, y precisamente a causa de esta presencia se produjo la gran recreación. Siempre sucede así. Si Dios es el centro de la vida todo queda transformado.
Para Aristóteles la clave de la buena política era la amistad civil, una variante del amor fraterno que se debe dar entre desconocidos, en razón de que todos se sienten partícipes de un mismo propósito, el bien común de la polis, aunque las vías para lograrlo sean distintas. Bajo un criterio cristiano esta forma de amor debería verse reforzada.
En 1930, Francesc Cambó publicó Per la concòrdia, un libro premonitorio y cuyas tesis, de aplicarse, podrían haber evitado la Guerra Civil. Después Cambó apoyó desde su propia independencia personal y sus medios económicos, que eran importantes, al bando alzado en armas contra la República. Nunca se alineó plenamente con aquella política, pero vió en Franco la única solución para superar lo que más temía: el desorden fratricida. Nunca pudo volver a la España que ganó la guerra. En su exilio, se mantuvo muy activo, y sus relaciones y cartas tienen un gran poso político. Una de estas correspondencias la mantuvo con otro catalán, Claudi Atmetlla, también exiliado pero por pertenecer al otro bando, al republicano. Liberal, miembro destacado de Acció Catalana, periodista, gobernador civil en Gerona y Barcelona, además de diputado. Tuvo mejor fortuna que Cambó, porque pudo volver, y murió en Cataluña. En una de sus misivas Cambó le decía: «Nuestro país no tiene remedio, irá dando tumbos si no llega a una generosísima concordia». Para Cambó esto significaba «que del desastre presente todos tenemos nuestra parte de culpa. No será posible una restauración salvadora si no estamos dispuestos a remediarlas».
Creo que este enfoque es lo que necesita España para aplicar las energías de la confrontación a la construcción de lo que nos es común. Un examen de conciencia como punto de partida para el nuevo inicio sería provisor de frutos recíprocos y compartidos.