Podrían hacer muchas cosas... pero se les aborta antes. Gracias a Dios, mis amigos nacieron - Alfa y Omega

Podrían hacer muchas cosas... pero se les aborta antes. Gracias a Dios, mis amigos nacieron

Los protagonistas de estas páginas han tenido la suerte de recibir todo tipo de ayudas para su integración, y de conocer una sociedad que rechaza la discriminación abierta. Desgraciadamente, a muchos de sus posibles amigos y compañeros los mataron antes de nacer. «Hay que cambiar esa mentalidad», exige Diego

María Martínez López
La sociedad pone mucho énfasis en que logren la mayor autonomía posible.

Carmen trabaja en un taller. Nuria, desde que murió su madre, vive en una residencia y hace trabajos manuales. Isabel fue, durante un tiempo, profesora de autonomía, y se ganaba un pequeño sueldo enseñando a otros chicos discapacitados a moverse por Madrid. Ahora, es ella quien está aprendiendo a vivir de forma independiente en un piso. Fernando estudia en un colegio religioso de educación especial y, de mayor, le gustaría pintar muebles. También le gustan mucho el deporte –sobre todo el fútbol– y los ordenadores, y asegura que nadie se ha metido nunca con él por ser diferente.

Diego, cuya discapacidad es bastante leve, lleva casi dos años trabajando en una empresa, después de realizar un módulo de Administración que organiza la Fundación Prodis –dedicada a apoyar a las personas con discapacidad intelectual– en la Universidad Autónoma de Madrid. Dos mediadores laborales se aseguran de que las tareas que le encargan estén a su alcance. Tiene carnet de conducir, y hace voluntariado con ancianos. Pero, a diferencia de Fernando, su discapacidad sí le ha acarreado algún problema: «En mi primer colegio, al empezar Secundaria, otros alumnos nos insultaban a los que teníamos discapacidad, nos escupían y nos decían que no nos acercáramos a ellos, porque teníamos una enfermedad». Sus padres le cambiaron a otro centro, y, desde entonces, siempre se ha sentido arropado y respetado.

Contra (casi) toda discriminación

Estos casos son una prueba del énfasis que pone la sociedad en que las personas con algún tipo de discapacidad –o con capacidades diferentes, como algunos prefieren denominarse– se integren y logren el mayor grado de autonomía posible. Para ello, se destinan todo tipo de recursos posibles, tanto públicos como de iniciativa social. Y cuando, a causa de la crisis o por cualquier otro motivo, esto no es así, se exigen, y con razón. Cualquier discriminación, de palabra o de obra, es criticada con dureza. El último caso ha sido el escándalo –y consiguiente rectificación– suscitados cuando la Federación Down España denunció que un hotel de Almería se había negado a alojar a un grupo de jóvenes con este síndrome.

Sin embargo, esta encendida defensa tiene un límite: el nacimiento. Causa más escándalo que un hotel rechace a un grupo de personas con síndrome de Down, que el hecho de que cerca del 90% de ellas sean abortadas. Y, como algunas discapacidades –como la parálisis cerebral– se pueden originar durante el parto, no faltan quienes piden, también, la eutanasia infantil. Todo esto duele especialmente a Diego, aunque está en contra de todo aborto y participa asiduamente en actividades provida. «Hay que intentar cambiar esa mentalidad. Si tienes un hijo con síndrome de Down o parálisis, tienes que dar gracias a Dios porque has tenido un niño. Aunque sea así, tiene derecho a vivir. Gracias a Dios, a mis amigos con síndrome de Down no los abortaron».

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