Ya hemos tratado alguna vez en estas páginas la historia de la persecución de la Iglesia en Rumanía o, mejor dicho, en la Rumanía sometida a la dictadura comunista que el país padeció entre 1947 y 1989. Gracias a la cooperación entre la Fundación Cultural Ángel Herrera Oria, el Instituto Cultural Rumano y la Fundación Memoria, y bajo los auspicios de la Embajada de Rumanía, la semana pasada se proyectó en la Universidad CEU San Pablo el documental La reeducación de Pitesti. El drama de una generación, dirigido por Lucia Hossu-Longin. La cárcel de Pitesti, en la región de Valaquia, ha pasado a la historia como un símbolo de la atrocidad de los regímenes comunistas. El lugar estaba destinado a la reeducación a través del uso sistemático de la tortura y otras formas de violencia física y psicológica. Se trataba de deshumanizar a los internos convirtiéndolos en verdugos y torturadores de sus propios compañeros. Conocido como El experimento Pitesti, el centro desarrolló su actividad entre diciembre de 1949 y agosto de 1952. La reeducación pasaba por tres etapas que comenzaban con un interrogatorio acompañado de torturas, seguía con la delación de aquellos que los hubiesen tratado con menor rigor durante su detención, y terminaba con la renuncia pública a todos los valores, creencias y convicciones personales. Aquí entraba, naturalmente, el abandono de la fe. El proceso tendía a despojar al ser humano de todo lo que estructura a la persona. Hubo presos a quienes obligaron a comerse sus propias heces. Otros tuvieron que torturarse entre sí, en algunos casos hasta la muerte. Se calcula que unas 5.000 personas sufrieron el horror de Pitesti.
El experimento terminó con cierta impunidad. La brutalidad era tan clamorosa que, en 1952, el programa de reeducación a través de la tortura se suspendió. Sus responsables tuvieron que alegar que habían obrado instigados por agentes occidentales. En 1954 y 1957 algunos de los torturadores fueron condenados a muerte y ejecutados. Sin embargo, el sistema que había concebido este lugar se sirvió de estas condenas para perpetuarse y, en cierto modo, legitimarse. El experimento Pitesti, símbolo adecuado de la naturaleza perversa del comunismo, sería así obra de unos pocos traidores al partido ya muertos. La pesadilla comunista duró en Rumanía hasta 1989.