Pisoteo en prime time - Alfa y Omega

Hace tiempo que me aburrí de ver MasterChef. Reconozco que en las primeras ediciones aprendí muchos términos culinarios, a reconocer una parmentier o a poner cara al chef Dani García, entre otras novedades para alguien cuyo máximo logro en la cocina era hacer unas magdalenas. Pero cuando el espectáculo devoró al talento y el noble arte de cocinar se convirtió en la gallina de los huevos de oro, se me ocurrieron otras 200.000 cosas mejores que hacer; dormir incluida. La semana pasada me topé de nuevo con la decimosegunda edición —se dice pronto, doce añazos y la gente se sigue pegando por participar—. Y, por rememorar tiempos pasados, o porque ver comida me llena el estómago sin ingerir muchas calorías nocturnas, decidí quedarme. Cuál fue mi sorpresa que, sea la posproducción, sean las preguntas, sean los propios concursantes, el mensaje repetido como un mantra era: «Ojalá falle el otro para ganar yo». Llamativo, cuando la propuesta que se vende es que en una cocina profesional solo funciona el equipo. Si en prime time vendemos el «sálvese quien pueda a toda costa» en la televisión pública, luego no nos echemos las manos a la cabeza ante una sociedad embriagada de individualismo.