Centenario de Manuel López-Villaseñor, el pintor de la humanidad y la justicia social - Alfa y Omega

Centenario de Manuel López-Villaseñor, el pintor de la humanidad y la justicia social

Ancianos, migrantes o enfermos pueblan las obras de Manuel López-Villaseñor. Su obra participa del existencialismo, pero está abierta a la esperanza

Javier García-Luengo Manchado
'El adiós' (detalle). Es uno de los cuadros de la serie 'Éxodo'.
El adiós. Es uno de los cuadros de la serie Éxodo. Foto: Museo López-Villaseñor.

Se acaba de celebrar el centenario del nacimiento de Manuel López-Villaseñor (Ciudad Real, 1924-Torrelodones, 1996). Aunque manchego de origen, raíces y sentimientos a los que nunca renunció, buena parte de su actividad pictórica se desarrollaría en Torrelodones (Madrid); no sin antes pasar por la Academia de España en Roma, donde descubrió aquella modernidad europea de la que siempre fue adalid. Y no hemos de obviar el notable papel que Villaseñor jugó en la enseñanza artística de sus días: desde la Escuela de San Fernando primero y, tiempo después, gracias a su cátedra en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense.

Fiel a una figuración no académica, pero sí reivindicativa, rupturista y personal, la trayectoria del genial manchego constata su compromiso con el ser humano en todas sus dimensiones. Sus óleos nos siguen descubriendo una estética cuya ética se fraguó al albur de una mirada inconformista y combativa ante la injusticia social.

'Habitación 211' (detalle). Obra custodiada en la misma institución castellana
Habitación 211. Obra custodiada en la misma institución castellana. Foto: Museo López-Villaseñor.

Villaseñor apostó por los marginados y por la fragilidad de sus iguales: ancianos desamparados, migrantes, enfermos. De esta guisa descubrimos y admiramos su arriesgada vanguardia. El compromiso con ese espacio y ese tiempo —que son los nuestros— le enfrentaron a los cauces abstractos e informalistas que en los 70 y 80 del siglo pasado se habían convertido en academia. No es por ello baladí insertar su producción en esa contracultura que, generada en loor de diferentes sensibilidades, marcó el ulterior desarrollo intelectual de la Transición.

Su obra, en cierto modo, participa del existencialismo filosófico de mediados de siglo. Comparte la náusea vital de Sartre, de Camus o Beauvoir. Sin embargo, su discurso atento, comprensivo y magnánimo respecto a los desheredados, respecto incluso a nuestros injustamente vilipendiados mayores —aquellos que aprietan sus manos llenas de vida—, nos orillan a una temida pero certera esperanza. Sus cuadros nos ponen ante quien aún confía en el amor que todo lo puede; al margen del tiempo, de los años. A pesar de la vida. Esta es la modernidad de Villaseñor. Frente a la exaltación apolínea anhelada por nuestra aquiescencia, el ciudadrealeño rompió una lanza transgresora, incomprendida, en pro de la dignidad de nuestros abuelos, de nuestros padres; de quienes seremos. El pintor manchego nos invita a mirar hacia donde nadie quiere: la muerte, la enfermedad. Su visión, desgarradora y comprometida, consolida aún más ese afán solidario en medio de estos nuestros lustros inmisericordes, pero no desesperanzados.

'Historia de una vida' (detalle). Museo Municipal López-Villaseñor, de Ciudad Real
Historia de una vida. Museo Municipal López-Villaseñor, de Ciudad Real. Foto: Museo López-Villaseñor.

Ese (nuestro) mundo fue donde Villaseñor vivió tantas despedidas, tantos abrazos en las frías estaciones de tren que hoy se tornan en cayucos y ahogos, en ilusiones hundidas en la supuesta ilegalidad de los supuestos indocumentados. Esa tragedia es la misma que descubrimos en los adioses que el manchego recreó al pie de los trenes sin destino, en los relojes parados de esas estaciones vacías de hombres y llenas de alma.

El compromiso de Villaseñor con la verdad desgarrada, su reclamo en pro de los débiles y desheredados, su sentido de la justicia recreado mediante un lenguaje personal siempre cercano a la contemporaneidad, convierten al genial manchego en referente de la pintura española y europea del sigo XX, en paradigma de la sociedad doliente pero también ansiosa de esperanza; y, por qué no, de esa trascendencia consustancial al género humano, más allá de un tiempo concreto y de un espacio determinado.