Pero sigue brillando - Alfa y Omega

Un columnista se ha preguntado con sorna si somos conscientes de que al desear feliz Navidad estamos confiando nuestra felicidad al poder de un bebé que supuestamente nació hace más de 2.000 años en Palestina. La pregunta, planteada de forma un poco chusca, tiene un efecto saludable en este tiempo en que muchos no tienen ni idea de qué es realmente el cristianismo, aunque crean saberlo. La «pretensión cristiana» consiste en afirmar que de la historia de un judío llamado Jesús, nacido en Belén bajo el imperio de Augusto, depende la felicidad personal de cada uno y la historia entera de la humanidad. Se comprende que alguno esboce una mueca irónica y que otros nos despidan con cajas destempladas.

Nadie podrá negar, sin embargo, que la peripecia de este Jesús ha dejado una huella asombrosa que no han conseguido borrar enormes poderes empeñados en ello, ni tampoco los innumerables límites y torpezas de los que han pretendido seguirle hasta hoy mismo. El fastidio de nuestro columnista se entiende, porque intuye que, a pesar de la innegable secularización de la Navidad, es imposible cortar por completo el vínculo con aquella historia un poco provinciana que empezó en un pesebre y acabó, aparentemente, sobre un palo de tortura. No estaría mal que los cristianos del siglo XXI sintiéramos algo de ese mismo vértigo y, sin dar nada por supuesto, nos asombráramos de la permanencia en el tiempo de esa historia tan aparentemente frágil frente a los poderes de ayer y de hoy. Esa permanencia no consiste sobre todo en las grandes construcciones culturales nacidas de la fe, sometidas siempre al desgaste del tiempo y en riesgo de desaparecer. La permanencia consiste en que, pese a todos los vientos, sigue existiendo gente que vive de la fe en Jesús y está dispuesta a morir por ella.

En este misterioso 2020 hemos visto a muchos dejar a un lado los viejos esquemas para preguntarse perplejos y desarmados por el sentido del amor y del dolor, por la aventura insólita que es la vida humana. Quizás llega el tiempo en que, de nuevo inocentes y necesitados, se asombren de que la pequeña Luz de Belén sigue brillando entre nosotros.