Pequeñas victorias contra el hambre en Chad
«Incluso en esta dura tierra se pueden hacer milagros», afirma la misionera Dorota Zych sobre el Colegio Profesional Agrario Espoir. Con todo, en el país africano, uno de los países más pobres del mundo, lograr grandes cambios es difícil
En la provincia chadiana de Sarh, el mayor impacto de la COVID-19 fueron unas decenas de casos en octubre. Y, sin embargo, la pandemia ha puesto un poco más al límite la ya difícil vida de miles de personas, explica el obispo de la diócesis homónima, Miguel Ángel Sebastián. En la capital regional, con 250.000 personas, «se ha sentido bastante el cierre durante meses de las tiendas».
15,5 millones
187º (de 189) en el Índice de Desarrollo Humano
78 % de población analfabeta
En las zonas rurales de la diócesis, de tamaño similar a Aragón y Navarra, el impacto ha sido indirecto pero no por ello desdeñable. El Gobierno, centrado en la pandemia, ha dejado aún más abandonado de lo habitual al 80 % de la población que vive del campo, cuando ya habían consumido la cosecha anterior y aún no había llegado la nueva. «En los pueblos mucha gente lo está pasando mal», comparte el obispo español.
Por eso Sebastián decidió pedir ayuda a Manos Unidas para un proyecto de emergencia contra el coronavirus. Entre septiembre y diciembre, 14.000 personas recibieron un lote de comida básica, junto con medicamentos. Pero no frente al coronavirus, sino a la malaria. «Era la época de lluvias, y si te contagias te quedas sin fuerzas para trabajar el campo», por lo que la situación de vulnerabilidad empeoraría. Es una de las iniciativas de urgencia con mayor alcance de las financiadas estos meses en África por la ONGD católica, que este domingo celebra su campaña anual con el lema Contagia solidaridad para acabar con el hambre.
El problema viene del norte
A pesar de lo necesario de la ayuda, el obispo insiste en que el coronavirus es el menor de los problemas de esta tierra. Chad es el peor país en el Índice Global del Hambre. Dos tercios de la población sufre inseguridad alimentaria. En doce de sus 22 regiones, más del 15 % de la población sufre malnutrición aguda; un nivel de emergencia humanitaria. Las demás están por encima del 5 %.
El sur, donde está Sarh, no presenta unos índices tan alarmantes como el norte, en plena zona semidesértica del Sahel. Pero no se vive tan bien como lo permitirían las lluvias, algo más abundantes. La principal causa son los ganaderos del norte. «Cuando allí no hay suficiente lluvia, como desde hace unos años, vienen buscando pastos» y dejan que sus animales acaben con las cosechas. Esto produce enfrentamientos «con heridos y muertos». Según el obispo, buena parte del ganado «pertenece a los militares del régimen actual». El mismo que tiene en el norte su zona de influencia y destina allí las ayudas internacionales de forma desproporcionada.
En el sur, el apoyo fundamental es el de la Iglesia. Cuando Sebastián estaba en Laï, en la región de La Tandjilé, Manos Unidas ayudó a varios proyectos de cultivo de arroz con semillas mejores y más rápidas (para poder cosechar antes de que llegara el ganado); de construcción de pozos y de almacenes para el grano, y de promoción de la mujer mediante la creación de huertos y cooperativas. Ahora, la UE ha elegido a esta región con otras cuatro (tres del norte y otra del sur) para financiar iniciativas similares. Pero el obispo recuerda a Francia, la UE y otros países que apoyan al régimen chadiano como dique de contención del yihadismo que «la primera prioridad para luchar contra el hambre es la justicia social». Por mucho que «trabajes por el desarrollo humano y hagas lo posible para crear cooperativas fomentar una nueva mentalidad, si las injusticias siguen la gente se desanima» y los jóvenes huyen a la ciudad, empobreciendo aún más el campo.
Un oasis en Bougoudang
Pese a este matiz de pesimismo, poco a poco se logran pequeñas grandes victorias. También con ayuda de Manos Unidas, el Colegio Profesional Agrícola Espoir (Esperanza) de Bougoudang, en la región meridional de Mayo Kebi Este, está demostrando que «incluso en una tierra dura como esta se pueden hacer milagros». Antes, explica Dorota Zych, su directora, allí solo se cultivaba mijo para comer, y algodón, arroz y tabaco para vender. En lo que hoy es el centro solo había un campo vacío. «En las aldeas vecinas no se veían huertos fuera de la época de lluvias». Ahora, por todo el entorno, «los ves durante todo el año, con sandías, cebollas y otras verduras».
En este centro de estudios superiores reconocido por el Estado, los alumnos aprenden técnicas modernas de agricultura y ganadería, que luego enseñan a sus padres. También «dan testimonio de que se puede producir lo suficiente y gestionar los ingresos para hacer frente a los tiempos de hambruna», añade esta religiosa del Sagrado Corazón de origen polaco. Así, poco a poco, han ido haciendo progresos frente a la población, de etnia massa y con una mentalidad «bastante cerrada a cosas nuevas».
El resto de vecinos tampoco les quita ojo. «Observan e imitan nuestras prácticas agrícolas», y piden ayuda para que sus animales tegan los mismos medicamentos y vacunas que administran en el centro y que los mantienen sanos, añade Victor Baissana Ngamsou, exalumno de la primera promoción y uno de sus siete profesores. Hasta tal punto llega este espionaje, que ahora todo el mundo recoge los excrementos de animales y otros desechos para sus campos, y el centro tiene problemas para conseguir abono.
Victor y otros dos profesores que también estudiaron allí, junto con el gran número de alumnos que al graduarse se quedan en sus aldeas son algunos de los casos de los que Zych está más orgullosa. Pero también subraya el éxito nacional del centro: su internado, con 40 plazas, ha atraído a 20 alumnos de Yamena, la capital, a 240 kilómetros.