Pedro Pablo Rubens en su taller - Alfa y Omega

Pedro Pablo Rubens en su taller

Ningún gran maestro lo es sin sus ayudantes. Esta muestra del Museo del Prado sobre Rubens y su equipo es el ejemplo de trabajo colaborativo ya en el Barroco

Juan Carlos Mateos González
Detalle de 'Saturno devorando a un hijo'. Pedro Pablo Rubens. Óleo sobre lienzo. 1636-39. Madrid, Museo Nacional del Prado.
Detalle de Saturno devorando a un hijo. Pedro Pablo Rubens. Óleo sobre lienzo. 1636-39. Madrid, Museo Nacional del Prado. Foto: Museo Nacional del Prado.

La exposición El taller de Rubens, que podremos contemplar en la sala 16 B del Museo del Prado hasta el próximo 16 de febrero, reúne una selección de más de 30 obras, pintadas por el gran maestro de Amberes y por sus ayudantes, además de otros lienzos, resultado de una colaboración entre estos y aquel.

El objetivo de esta exposición es mostrar, a través de Pedro Pablo Rubens, cómo los grandes pintores del Barroco trabajaban en talleres y se valían de sus colaboradores (criados, discípulos y ayudantes de varios niveles) para sacar adelante todos los encargos que recibían de los grandes mecenas, que no dejaban de pedirles tablas que dieran prestigio a su linaje. La mayoría de sus cuadros, Rubens los pintó en Amberes, en una casa que compró en 1610, en pleno centro de la ciudad, y que hoy ocupa la Casa Museo de Rubens.

La exposición de la pinacoteca madrileña, en la parte central de la sala, nos presenta visualmente cómo podría haber sido un taller de la época. El propio Rubens antes de llegar a ser un gran maestro aprendió a pintar en tres talleres distintos, y, posteriormente, entre sus alumnos aventajados contó con el joven Antonio Van Dyck (1599-1641), especializado en pintar modelos vivos. El visitante, junto con los cuadros, podrá ver caballetes, pinceles, pigmentos, paletas y tientos, lienzos y tablas, que se guardaban en grandes habitaciones sitas en el propio taller: las tablas, procedentes de los bosques de la región báltica, los lienzos, enrollados de distintos tamaños, los pigmentos, para preparar una amplia gama de colores… En esta particular escenificación del taller, aparecen también algunos elementos personales de Rubens, como son una capa y un sombrero, que, inspirados en retratos suyos, evocan al gran maestro presente entre nosotros.

Todo taller de prestigio trabajaba en equipo, donde los ayudantes se ocupaban de los aspectos previos a la pintura de un cuadro: preparación de soportes, pinceles y colores… Rubens contó con más de 25 colaboradores y ayudantes, que, simultáneamente, trabajaban en distintas tablas. En una carta que escribía a un amigo, le confesaba: «Puedo deciros de verdad, sin exageración alguna, que he tenido que rechazar a más de 100, entre ellos incluso algunos parientes míos o de mi esposa».

Esta producción tan amplia solo se explica por el sistema de trabajo que se tenía en su taller: se avanzaba poco a poco, en distintas fases, lo que permitía alternar el trabajo al maestro y a ayudantes. «Si yo hubiese pintado el cuadro sin ayuda, hubiere costado el doble», confesaba Rubens en carta a un amigo, sabiendo que el maestro de Amberes siempre tuvo fama de muy trabajador.

La firma del artista

En la muestra hay tres cuadros que claramente llevan la firma de Rubens. En el retrato de Hélène Fourment con sus hijos Clara-Johanna y Frans (1614-1673), vemos cómo el rostro de la segunda esposa de Rubens y la vestimenta de su hijo están terminados, pero el resto del cuadro está aún sin acabar. Está en la primera fase, si prestamos atención a las formas, aún con poco color, lo que hace matizar la vestimenta y la silla de color rojo.

El retrato de la reina de Francia Ana de Austria (1601-1666) lo pintó Rubens hacia 1622, durante una estancia en París. En este retrato aparece Ana, la primera hija de Felipe III y Margarita de Austria, nacida en Valladolid, vestida de luto, probablemente por la muerte de su padre, fallecido en 1621. Pasó a ser reina de Francia al contraer matrimonio con Luis XIII en 1615; luego fue reina regente desde 1643, fecha en la que murió su marido, hasta 1651, año en el que su hijo accedió al trono como Luis XIV. En el cuadro, presente en la exposición del Museo del Prado, podemos apreciar una gran espontaneidad pictórica. Rubens fue adoptando decisiones sobre la marcha. Y esa fue la técnica que el pintor flamenco empleó desde el principio.

El cuadro Saturno devorando a un hijo pertenece a una serie de más de 60 lienzos encargados por el rey Felipe IV (1605-1665) para su pabellón de caza, la Torre de la Parada, ubicado en el Monte de El Pardo, en las afueras de Madrid. En este, Rubens pinta al dios romano, que «temeroso de su descendencia, la iba devorando» (Ovidio). La anatomía y la postura del dios pintado es coherente con lo narrado. Y las aparentes distorsiones: la curva que forma la pierna derecha y los dedos del pie, el hombro y el brazo, están al servicio de un dramatismo que el autor nos quiere transmitir.

Gracias a su taller, Rubens pudo convertirse en el pintor de mayor éxito de Europa en su época y en uno de los de mayor producción. Se le llegan a atribuir unas 1.400 obras. La mitad las pintó sobre madera y la otra mitad sobre lienzo. Por el deleite que supone la contemplación de las obras de este genio y su taller, la exposición merece la pena.