Las fragancias de un cuadro
En torno al cuadro El olfato (1617-1618), de Jan Brueghel el Viejo y Rubens, perteneciente a la serie Los cinco sentidos, el visitante del Museo del Prado puede descubrir los distintos olores de los objetos del cuadro. La tecnología, una vez más, nos abre nuevas experiencias en torno a la obra de arte
El Museo del Prado acoge hasta el 3 de julio La esencia de un cuadro. Una exposición olfativa, comisariada por Alejandro Vergara, jefe de Conservación de Pintura Flamenca y Escuelas del Norte, y fruto de la colaboración entre la pinacoteca más importante del mundo, Puig y la Academia del Perfume con el patrocinio tecnológico de Samsung. En torno al cuadro El olfato (1617-1618), de Jan Brueghel el Viejo y Rubens, perteneciente a la serie Los cinco sentidos, el visitante puede descubrir los distintos olores de los objetos del cuadro. La tecnología, una vez más, nos abre nuevas experiencias en torno a la obra de arte.
No se debe minusvalorar la importancia de estos aromas deliciosos que se van desplegando gracias a la tecnología AirPerfum desarrollada por Puig. No en vano, la Iglesia ha dado gran importancia a cómo huelen las cosas. Ahí están los inciensos que arden en las solemnidades y que se bendicen con fórmulas que nos recuerdan su sentido sagrado. «Que te bendiga Aquel en cuyo honor te quemas». Turiferarios y naveteros dan fe de cómo el delicioso humo que asciende al cielo eleva el espíritu. El Apocalipsis nos enseña que las copas de oro llenas de incienso son las oraciones de los santos. A algunos de ellos mismos se los reconoce por el olor de santidad que los acompaña. Poca broma, pues, con los olores.
En esta exposición nos rodean, por ejemplo, las delicias del jazmín, la rosa y el lirio. Hay algo de jardín monacal y de nostalgia del Paraíso que tuvieron que abandonar Adán y Eva. Aprovechen, por cierto, para visitar a Fra Angelico –cuya Anunciación se exhibió restaurada– y la imagen del primer hombre y la primera mujer expulsados por su pecado y redimidos con toda la humanidad por Cristo, que nos abrió de nuevo las puertas del cielo como allí se representa. Hay más de veinte siglos de recuerdos de ese Edén perdido que tratamos de recobrar en los parques contemporáneos.
Esta muestra, pues, alimenta a un tiempo el cuerpo y el alma haciendo buena la tradición clásica que atribuía al arte poderes curativos. Si la Belleza nos conduce al Bien y a la Verdad, hay en esta sala un camino expedito hacia la salvación y el consuelo de tanto dolor como nos rodea en este tiempo. Estas fragancias enriquecen la obra y la dotan de un significado nuevo. Hay una geografía de nuestra vida que podríamos señalar con esas esencias que, como la magdalena de Proust, nos permiten vencer al tiempo y al espacio.
También las mujeres, las miróforas, se habían dirigido con aromas al sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús. Lo encontraron vacío. No se debe buscar entre los muertos al que vive. Con el perfume en las manos, recibieron la noticia de que el Señor ya no estaba allí. Había resucitado. No hay perfume, tal vez, que pueda simbolizar ese momento. Hay aromas que, como el amor de Dios y como su Reino, no son de este mundo.