Pedro está aquí
Los sucesores de Pedro tienen siempre algo de lo que hizo grande a aquel apóstol fiel que, a pesar de su traición, edificó la Iglesia sobre la roca firme de Cristo
Los momentos importantes de la vida siempre dejan improntas en la memoria: un sonido particular, el color del cielo, olores, la gente junto a la que te encuentras. La experiencia de entrar a la basílica de San Pedro tras el primer impacto de sentirse abrazado por la columnata te une inmediatamente a las decenas de miles de personas que, a lo largo de los siglos, han viajado hasta esta casa de todos. Llegaban exhaustas tras meses y años de camino, porque les merecía la pena pisar el mismo suelo donde Pedro fue crucificado. Tras este inesperado paréntesis de la pandemia seguirán llegando peregrinos y turistas hasta la iglesia más majestuosa del mundo. El secreto de este conjunto, la piedra más importante, la de más valor, es saber que ahí está Pedro, y junto a él sus sucesores.
Hace 515 años –el pasado 18 de abril– se conmemoraba el aniversario de la colocación de la primera piedra de la basílica de San Pedro tal como la conocemos hoy en día. La construcción edificada por Constantino estaba al borde de la ruina y en 1506 el Papa Julio II tomó una decisión drástica: echarla abajo para construir una nueva basílica digna de albergar los restos de Pedro. La importancia del proyecto merecía la firma de los mejores artistas de su tiempo. Bramante ganó el concurso, y a partir de ahí los sucesores de Julio II contaron con la suma de las genialidades de Rafael, Miguel Ángel, Maderno, Bernini, Borromini y muchos más. Con Maderno, 120 años después, se dio por concluida la construcción, y el remate final corrió a cargo de Bernini, que se encargó de dar armonía al conjunto, regalándonos esa columnata que hipnotiza.
Cuatro siglos después, en junio de 1939, Pío XII ordenó que se iniciaran las excavaciones para dar con la sepultura del apóstol. Bajo el altar principal se encontró una pared de color roja llena de grafitos, testimonios de peregrinos de los primeros siglos que quisieron dejar señal de su paso por la tumba de Pedro. En uno de esos grafitos, datado en el año 160, se puede leer en griego las palabras Petros enì (Pedro está aquí). Tan solo tres palabras para confirmar que el centro de la cristiandad está sustentado en la piedra sólida y segura de un simple pescador de Galilea. Una piedra que, a lo largo del tiempo, se ha llenado de grietas, incluso se ha resquebrajado, pero nunca ha dejado de sujetar con fuerza el arco. Piedras que a lo largo de los siglos y de forma ininterrumpida se han convertido en escalones para acercarnos más a Dios, por mucho que algunos se empeñasen en transformarlas en piedras de tropiezo. Los sucesores de Pedro tienen siempre algo de lo que hizo grande a aquel apóstol fiel que, a pesar de su traición, edificó la Iglesia sobre la roca firme de Cristo. Son fundamento. Han sido Papas por algo que estaba por encima de ellos, que les trascendía.
La basílica de San Pedro es mucho más que un simple edificio. Es el lugar donde a uno siempre se le espera, porque es la casa de Pedro. La Iglesia está por encima de quienes se empeñan en caminar mirando al suelo, tropezando con las piedras caídas, mientras se pierden la contemplación de la belleza de un edificio que está siempre en construcción. Todos somos Iglesia. Todos somos responsables. Y que siga siendo luz no puede quedar solo sobre los hombros de Pedro.