Párroco de La Paloma: «Entramos en la muerte y salimos de ella»
Gabriel Benedicto ha querido enviar un mensaje: «Nadie disfruta de la vida si no vive como peregrino». El final del camino «son Dios y el cielo»
«Aunque hay mucho dolor, ha merecido la pena», ha asegurado el párroco de La Paloma este sábado en una entrevista con Cristina López Schlichting en Fin de Semana COPE. Gabriel Benedicto, que en el momento de la explosión debía estar en su casa, la sexta planta —que quedó destruida por completo—, había bajado al templo a ver unos armarios tras la insistencia del carpintero. «Un bombero me dijo que a partir de ahora tenía que celebrar dos cumpleaños y sí, me pregunto por qué yo hoy me quedo aquí», ha expresado también en la que ha sido su primera entrevista tras los sucesos, este viernes en Telemadrid. Ante esta situación «le dije a Dios que quiero que a partir de ahora tome toda mi vida, si algo no le he dado; que quiero ayudar a toda aquella persona que me ponga delante, quiero amar cada momento y a cada persona».
Benedicto ha asegurado que el momento de mayor dolor fue la espera, junto con la viuda de David Santos [feligrés de la parroquia fallecido por la explosión], para saber si estaba vivo o no. «Aquello fue un Sábado Santo, de descenso a los infiernos», un momento de «ver a la Virgen atravesada de dolor en la figura de una joven viuda, de pie, con su familia, con toda la parroquia rodeándola». Pero cuando supieron que había fallecido, fueron a la casa de la familia de David «y celebramos la Misa; y llegó la Pascua. Pasó el Señor y empezó a darnos paz, consuelo, presencia de su amor». Así «surgió una unión profunda entre nosotros y la certeza de que están vivos. Entramos en la muerte y salimos de ella».
«En momentos como este te paras y te vuelves a encontrar con la experiencia del amor», ha explicado. «Acepto que mis dos amigos —el sacerdote Rubén Pérez, también fallecido, y David Santos— han recorrido un camino más corto hasta la casa del Señor». Esto, ha añadido, «me ha ayudado a quitarme la anestesia y la morfina de la irrealidad». «Yo ya no quiero vivir controlando; mi agenda no está escrita y cada momento es un regalo». Y ha enviado un mensaje a los oyentes: «Nadie disfruta de la vida si no vive como peregrino». El final del camino, ha recalcado, «son Dios y el cielo».
«Todo fue transfigurándose»
Benedicto ha narrado en ambas intervenciones cómo sucedieron los hechos: «Yo estaba en mi casa y noté el olor a gas. Bajé siete minutos antes de la explosión y me encontré con los dos; me dijeron que estaba pasando algo raro. Yo les contesté que iba a ver un armario y pocos minutos después…». De ahí «fuimos pasando a momentos de mayor dolor, de no saber qué pasaba con Rubén y David; de pensar en Sara, la mujer de David, de esperar sin esperanza». Pero «todo fue transfigurándose. Hicimos la Misa en casa de Sara y fuimos acompañar a la familia de Rubén al hospital». Cuando «nos dieron un poco de esperanza —lo habían estabilizado—, fuimos a buscar a Matías [el sacerdote que se había atrapado en la quinta planta y que rescataron los bomberos], que estaba en otra casa, y a la una de la mañana volvimos en busca de Rubén». «Pudimos despedirnos de él en la sala de operaciones. Ante el rostro de Rubén encontramos paz. Todo se ha transformado», ha asegurado el sacerdote, para quien Rubén «era como un hermano.
«Con la pandemia se formó un familia entre los sacerdotes. Hemos disfrutado tanto de estar juntos, de ver películas, de terminar el día cenando en comunidad». Durante estos meses «hemos compartido el día a día, la cuestión social, hemos cantado juntos a la gente; había tres viviendas de curas pero la de Rubén era la centralita; el día se terminaba en su salón».
Al día siguiente «el reto fue contar lo ocurrido a los hijos de David y Sara», «pero hemos experimentado que Dios nos ayuda. Los niños estuvieron rezando en el tanatorio, despidiéndose de papá y diciendo que saben que está en el cielo y que ahora cuida de ellos».