La gestión de la DANA va a traer cola. Entre otras cosas, porque ha mostrado las costuras de la representación política del país. El abismo entre la ciudadanía y sus políticos es evidente: «El pueblo salva al pueblo», se repite. Con todo, después de las sensaciones que dejó la recesión económica de 2008 no me parece que podamos permitirnos este tipo de frases. La política no puede desaparecer. Lo que hay que hacer es mejorarla.
El rey Felipe no hace leyes, pero llevó a Paiporta aire fresco. Las calles gritaban de dolor. No cabía el postureo ni ninguna performance a las que nos tiene acostumbrada la política. Llovían barro y palos. Pero el rey sacó de dentro una majestad que no conocíamos. No eran ideas o discursos, sino la grandeza con la que arrostró la situación: apartó el paraguas que le protegía para recibir la ira y así poder acoger a los iracundos; su magnanimidad se expresaba en su mirada, en sus gestos, en sus palabras, en sus abrazos. Se dolía con ellos. Pudimos avistar algo diferente y verdadero, e intuir para qué sirve un rey en democracia.
En estos días ha publicado María José Rubio el libro María Josefa Amalia de Sajonia, reina de España (Fundación Santander). María Josefa, como esposa de Fernando VII, fue la primera reina constitucional de la historia de España. Su paso por nuestra historia fue breve y su figura bien podría haber quedado en el olvido. Pero estas delicadas páginas de Rubio contienen pistas para una meditación sobre la vida de una reina en un nuevo orden. El siglo XIX fue convulso y Fernando VII no supo ni mantener su poder efectivo ni atisbar el nuevo lugar que le exigían. María Josefa tenía ideas políticas similares a las de su marido, pero de su acción personal a la caridad, con su dinero y su tiempo, se deduce una función perenne de la monarquía: en medio de las revoluciones nunca cesó en su cuidado del pueblo. Porque un rey occidental no es por necesidad quien tiene el poder ejecutivo, pero debe proteger la unidad moral de su pueblo. Debe conservar la memoria viva de su tierra uniendo las generaciones e instituciones con algo más que el interés o la fuerza; con la caridad.
El tiempo de las revoluciones ha pasado, pero la desazón política aumenta por la corrupción, la mediocridad y el puro interés. La princesa de Asturias, en un mundo convulso, desmemoriado y desorientado, no tendrá suficiente con apuntar a la historia o a la ley. Será necesario que sirva a su pueblo en sus verdaderas necesidades. Y sus ojos solo podrán ver si se alimentan de una vasta cultura y una honda religiosidad, como la de María Josefa.