Papá, mamá, ¿cómo nos afecta la reforma laboral? - Alfa y Omega

Papá, mamá, ¿cómo nos afecta la reforma laboral?

Según la Encuesta de Población Activa, más de un millón y medio de familias tienen a todos sus miembros en paro. El dato pasa a ser trágico cuando se pone rostro a los números, y se le añade la incertidumbre de no saber cuánto durará la crisis. Además, ahora, muchas otras familias que sí tienen empleo miran con preocupación los efectos que puede tener la anunciada reforma laboral en su economía doméstica. Porque, aunque las promesas del Gobierno suenan esperanzadoras, el texto de la reforma deja entrever un negro horizonte

José Antonio Méndez
¿Cómo no van a sentir incertidumbre las familias, con la que está cayendo?

Jaime es albañil y Marina es empleada de hogar. Ambos son españoles y, hace un par de años, pidieron una hipoteca para comprarse una casa normalita, se casaron y tuvieron un hijo, que ahora tiene dos años. La crisis llegó como un vendaval y se llevó por delante el trabajo de Jaime. A Marina ya casi no la llaman para hacer horas, a Jaime sólo le sale alguna chapuza de vez en cuando, y como sus ingresos no les dan para la hipoteca y el sustento, han tenido que dejar su casa. Ahora, viven en un piso con otras 12 personas, y dicen tener suerte: «Tenemos una habitación para nosotros solos, mientras otros comparten lo que era el salón con cuatro personas más. Nosotros, al menos, podemos meternos en la habitación, cerrar la puerta y darle la comida al niño, o estar tranquilos. Eso sí, no sabes lo que es compartir el baño con 12 personas…». La cesta de la compra la llenan en la parroquia Beata María Ana Mogas, del barrio madrileño de Tres Olivos, donde la generosidad de los fieles ayuda a 40 familias y a varias madres solteras, y desde donde nos piden que no demos los nombres reales de este matrimonio —que no se llaman Jaime y Marina—, para preservar su intimidad.

En un país con cinco millones de parados y millón y medio de familias con todos sus miembros sin trabajo, su caso no es una rareza. Por eso, el Gobierno ha desarrollado una reforma laboral que, en teoría, busca paliar los efectos del desempleo, y generar más y mejores puestos de trabajo. Sin embargo, las medidas recogidas en el Real Decreto Ley 3/2012, de 10 de febrero, De medidas urgentes para la reforma del mercado laboral, lejos de calmar las aguas, han incrementado la incertidumbre de muchas familias. Como cuenta Raúl, un taxista de Madrid, «con la que está cayendo, ¿cómo no van a estar asustadas las familias? Cuando hablo con los clientes, me doy cuenta de que la gente tiene más miedo que antes, porque dicen que el despido será más fácil, y te pueden brear más».

¿Todos ganan?

En realidad, el Ejecutivo argumenta —en las Disposiciones Generales del Real Decreto— que la reforma «garantiza tanto la flexibilidad de los empresarios en la gestión de los recursos humanos de la empresa, como la seguridad de los trabajadores en el empleo y adecuados niveles de protección social; todos ganan, empresarios y trabajadores». Sin embargo, como han denunciado la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) y la Juventud Obrera Cristiana (JOC), la reforma dificulta «la negociación colectiva y la capacidad organizativa de los trabajadores; facilita y abarata la expulsión del mercado de trabajo —quita trabas al despido por causas económicas, rebaja la indemnización del improcedente, y elimina la autorización administrativa para llevar a cabo expedientes de regulación de empleo—; abre el camino para que los salarios de los trabajadores dependan de la voluntad unilateral del empresario; y dificulta, impide o precariza, el empleo juvenil». En un Comunicado, la HOAC y la JOC recuerdan que «la economía debe orientarse a las necesidades de las personas y de sus familias», mientras esta reforma no responde «a las necesidades de las familias», sino «a exigencias impuestas por los mercados financieros, las grandes empresas, las instituciones comunitarias y los organismos económicos internacionales».

Motivos para el escepticismo

Más allá de otras reivindicaciones sindicales, de sesgo partidista, el texto del Real Decreto da motivos para el escepticismo. Por ejemplo: la reforma abarata el despido para motivar a los empresarios a contratar más, y eso puede generar más y mejores puestos de trabajo…, pero también deja más expuestos a los empleados ante empresarios sin escrúpulos. Además, se regula el teletrabajo, algo que puede ayudar a conciliar vida familiar y vida laboral, pero como también se potencia la movilidad geográfica, se abre la puerta a que un trabajador se vea obligado a desplazarse a otro punto geográfico (alejándose de su familia, o desplazando su entorno y el de su cónyuge e hijos), y si se niega, puede ser despedido. También se favorece «la flexibilidad interna en las empresas, como alternativa a la destrucción de empleo», de modo que el horario, el sueldo o las funciones de un trabajador pueden variar por un acuerdo entre empresa y empleado, que puede ser despedido si no acepta los cambios: Ésta es tu rebaja salarial, y si no te gusta, ahí tienes la puerta… También se modifica el Estatuto de los Trabajadores, se simplifican los permisos para llevar a cabo un ERE, y las relaciones laborales quedan, prácticamente, entre empleado y empresa, sin apenas espacio para la negociación colectiva. Los buenos empresarios y los buenos trabajadores saldrán ganando, pero los malos empleadores tienen más poder de coacción y menos riesgo de sanción. Como recuerdan la HOAC y la JOC, si, «a lo largo de las 16 reformas laborales de nuestra democracia», y «en los años de crecimiento económico anteriores a la crisis, aun creándose riqueza y empleo», se «ha profundizado el empobrecimiento de las familias y el trabajo precario», ahora, ¿no habrá quien abuse de los trabajadores, con la amenaza de un despido fácil y barato?

Efectos en el hogar

Todo ello repercutirá en las familias. Como explica doña Amaya Azcona, orientadora del Centro de Orientación Familiar de la diócesis de Getafe, «la crisis ha demostrado que, en los malos momentos, la familia suele salir reforzada, porque sus miembros se apoyan entre sí». Sin embargo, el desempleo y la inestabilidad también «afectan negativamente a la persona, crean tensión en el hogar y potencian o aceleran los problemas familiares».

Así, cualquier política laboral parece destinada a generar dramas personales, familiares y sociales si no tiene en cuenta lo que expone Benedicto XVI en Cáritas in veritate: «El primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es el hombre, la persona en su integridad, pues el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económico-social».

Una puerta abierta a la esperanza

La reciente reforma laboral, junto con otras reformas emprendidas, tiene la finalidad de plantear estrategias políticas y económicas para dinamizar fundamentalmente el empleo y nuestra vida económica. Están corrigiéndose, por una parte, políticas económicas equivocadas que se habían propuesto, y, por otra, se están sentando las bases para un futuro, no sólo en nuestro panorama laboral, sino en el conjunto de una Europa social de mercado. Y a la hora de hacer un balance ético sobre ella, hay que hacer notar nuestros fundamentos culturales, así como nuestro activo antropológico (ver Declaración de los obispos de la Comisión de las Conferencias Episcopales de la Comunidad Europea, del 12-1-2012).

La reforma laboral, como instrumento relacionado con otros (la reforma financiera, el pago de las deudas a las empresas…), debe valorarse desde los siguientes principios y valores: a) La libertad del mercado debe vincularse al principio de justicia; b) La economía social de mercado, que es el modelo propio de nuestro entorno europeo, debe ser eficiente, desde el punto de vista económico y competitivo, para poder generar impuestos, reducir la deuda y financiar el gasto; y c) Los valores de la solidaridad y de la responsabilidad (básicos en la política social) son nuestros valores de referencia para evaluar la reforma emprendida.

Todo lo cual requiere nuevas formas de solidaridad en un sindicalismo renovado, y orientado hacia la asunción de mayores responsabilidades, no solamente respecto a los tradicionales mecanismos de la redistribución, sino también en relación con la producción de la riqueza y la creación de condiciones sociales, políticas y culturales, que permitan, a todos aquellos que pueden y desean trabajar, ejercer su derecho al trabajo, en el respeto pleno de su dignidad de trabajadores.

Especialmente, hay que preguntarse sobre el sujeto del trabajo y las condiciones en las que vive, si pueden acceder los jóvenes al trabajo, si las familias van a tener en sus miembros una vida digna… En esta línea de exigencia de la justicia, medidas como la flexibilidad, la adecuación de salarios y de horarios, la indemnización por despido, etc., no pueden ser valoradas sólo basándose en los derechos legales, en los derechos adquiridos, pues se puede llegar a una gran injusticia, cuando esos derechos están hipotecando la posibilidad de una más justa inclusión de nuevos trabajadores.

Fernando Fuentes Alcántara
Profesor del Máster de Doctrina Social de la Iglesia, en la Universidad Pontificia de Salamanca

¿Reforma adecuada?

La reforma laboral aprobada por el Gobierno, el pasado 10 de febrero, va a tener un importante impacto en las familias y en la sociedad. ¿Es una buena reforma, desde el punto de vista de la doctrina social de la Iglesia (DSI)?

Una reforma como ésta no puede valorarse en abstracto, si no es teniendo en cuenta las circunstancias: una profunda crisis económica, el agotamiento de un modelo económico, una sociedad que ha vivido (y sigue viviendo) por encima de sus posibilidades… Y esto no es relativismo: la DSI trata de ser siempre muy realista, y entender los problemas como se presentan. Por ello, la DSI no hace afirmaciones del tipo El despido barato y fácil es inmoral. Es una ética de la primera persona, del que tiene que tomar decisiones, no un conjunto de criterios objetivos, establecidos por un observador imparcial. Así, la Iglesia reconoce la dignidad de la persona, tanto del que toma la decisión como del que sufre sus consecuencias.

Además, esta reforma se encuadra dentro de un conjunto de reformas, algunas ya iniciadas (las medidas para cerrar el déficit público, y la reforma financiera, aprobada el 3 de febrero), otras que la han seguido, y otras que vendrán. Y esto es importante, porque las consecuencias de una medida concreta no se pueden separar de las demás. La reforma ha sido amplia y necesaria. Contempla casi toda la vida laboral de una persona, desde su formación y su contratación, hasta el despido, si procede, y la jubilación. Por eso, hay que ver sus consecuencias en conjunto. En todo caso, esa relación no puede plantearse desde la óptica de la lucha de clases. La DSI no se compagina con la idea de que hay intereses de clase, civilizados, sí, pero enfrentados siempre. Ni con las tesis de que los empresarios son unos ladrones que intentan robar a los trabajadores, o que éstos son unos vagos desaprensivos que intentan vivir bien sin trabajar. Una visión cristiana de la vida nos ayudará a entender mejor qué es la reforma y por qué era necesaria. Y, como la reforma va a producir ganadores y perdedores, el sentido cristiano nos invita a pensar: ¿Qué puedo hacer yo para que los resultados sean más justos para todos? Porque ésta no es sólo responsabilidad del Estado, sino de todos. Y esto también lo dice la DSI.

Antonio Argandoña
Miembro de AEDOS (Asociación para el Estudio de la Doctrina Social de la Iglesia)