La Iglesia se ve desafiada en este momento histórico a decir una palabra sobre cuestiones esenciales de la vida humana aun sabiendo que, en muchos casos, falta la gramática elemental para entenderla. El documento de los obispos españoles Sembradores de esperanza, sobre la acogida, protección y acompañamiento en la etapa final de esta vida, es un gran servicio a una sociedad que necesita palabras que le permitan despertar y alimentar un gran diálogo sobre el sentido de la vida personal y de la convivencia. Como decía el cardenal Scola en una reciente entrevista al diario La Stampa, «el Estado laico necesita a los cristianos», y los necesita precisamente para fortalecer su carácter laico, para no decaer en puro instrumento que gestiona el vacío. El poeta inglés T. S. Eliot se preguntaba en los Coros de la roca «¿Cuál es el significado de esta ciudad?», y añadía: «Mil guardias dirigiendo el tráfico no pueden deciros por qué venís ni a dónde vais… donde no hay templo no habrá hogares».
No podemos esperar el aplauso social a un documento como este, más bien un estruendoso silencio, pero eso no quita nada de su utilidad, que no puede desligarse del testimonio cotidiano de los cristianos sobre el valor de la vida, también en su etapa final. Es una siembra de futuro. Pero además esta enseñanza tiene un enorme valor educativo para el pueblo cristiano, aspecto que conviene no pasar por alto. Porque los grandes dramas internos en la Iglesia tienen que ver en gran medida con una pavorosa falta de educación de nuestro pueblo, a menudo encandilado por falsos profetas o por quienes más gritan, entregado a la ciénaga de las redes sociales en lugar de al hogar amoroso y maternal de la comunidad cristiana. Esta es una responsabilidad de todos, desde los obispos a los padres de familia, pasando por todos los eslabones del tejido eclesial.
También los católicos necesitamos este recorrido de la razón abierta e iluminada por la Palabra de Dios y la sabiduría de siglos de experiencia de fe, y documentada por el testimonio de los santos, empezando por los de aquí y ahora. Sería muy triste que este documento se viese ignorado o ahogado en medio del ruido banal que nos circunda. El epílogo recoge una cita especialmente luminosa del Papa, en la que advierte que «sin una esperanza confiable que le ayude a enfrentar el dolor y la muerte, el hombre no puede vivir bien y mantener una perspectiva segura de su futuro». Y añade que este es uno de los servicios esenciales de la Iglesia al hombre contemporáneo. No es lo mismo afirmar un principio (verdadero) que comunicar una esperanza que sostenga la vida hasta el final.