Fuera de las parejas de baile más trilladas (Netflix y las series americanas, Movistar y las españolas) irrumpen, cada vez con más fuerza, nuevos universos narrativos. Valgan como redondos y extraordinarios botones de muestra Apple TV y las series surcoreanas.
Hay vida (y vida buena) más allá de El juego del calamar. En este caso la joya que hay que rebuscar se llama Pachinko, poderosa metáfora de un juego de bolas, algo así como nuestro pinball que tantos salones recreativos llenó en aquellos maravillosos años 80. Como si de un puñado de bolas se tratara, de esas que van dándose golpes constantes y a las que hay que evitarles caer por el agujero, un ramillete de seres humanos recorren una historia intergeneracional en la que hay dureza (mucha) y nostalgia (alguna), rastros de lo humano que brotan como hierba que se yergue entre el cemento.
Basada en la novela homónima de Min Jin Lee, Pachinko nos ofrece un inolvidable drama histórico, oscuro y levemente luminoso en ocasiones, contenido y explosivo a un tiempo en su emoción desbordante, con esa habilidad que tienen los narradores orientales para convertir una historia mínima, íntima, en toda una epopeya de dimensiones históricas. Hay amores prohibidos, encuentros y desencuentros familiares, algo de guerra y algo de paz, y un viaje por los mapas sentimentales de varias generaciones que transitan entre Corea, Japón y Estados Unidos. Ocho episodios de apenas una hora de duración cada uno, que podrían haberse convertido en un empalagoso folletín y que sobreviven con maestría. Es exigente, entre otras cosas porque está rodada en tres idiomas, y siempre conviene –aun con el coreano– disfrutar en versión original.
Impropia para la cultura del esfuerzo, pero de lo más interesante que se ha estrenado hasta ahora en este 2022 en el territorio de las series de ficción. Háganse el favor de verla.