Pablo sabe cómo frenar la maquinaria del acoso escolar
Casi 300 jóvenes de centros públicos y concertados se han reunido en Madrid para pedir que se ponga fin al acoso escolar, dentro del programa Scholas Occurrentes impulsado por el Papa. Uno de ellos, víctima de bullying, dio su testimonio antes de hablar con Alfa y Omega
En el vestíbulo de la Escuela Superior de Ingenieros Industriales, en Madrid, hay una enorme máquina de vapor que acuñó monedas en el siglo XIX. Cuando funcionaba, esta mole de gigantescos engranajes producía un ruido atronador y parecía imposible de detener. Hoy no es más que un objeto decorativo, un recuerdo del pasado. Apoyado en una de sus ruedas dentadas, Pablo mira al horizonte con aire de victoria. Su sudadera negra oculta el uniforme del colegio diocesano San Ignacio de Loyola, en el municipio madrileño de Torrelodones, en el que cursa muy felizmente 4º de la ESO. Y como la lleva remangada, deja ver algunas de las cicatrices que conserva en el antebrazo. Son marcas de cortes: aunque solo tiene 16 años, ha tenido varios intentos de suicidio, entre una larga lista de autolesiones. Pablo fue víctima de acoso escolar.
Hoy aquella etapa está cerrada, pero a él aún le tiemblan la voz y la mirada cuando lo recuerda. «Fue cuando estaba en 5º y 6º de Primaria, antes de cambiarme al colegio San Ignacio. Yo entonces estaba gordito, era más callado y más infantil que mis compañeros y no se me daban bien los deportes. Era el típico niño al que elegían el último para jugar un partido», cuenta. El dato es importante, «porque mis antiguos compañeros eran muy superficiales, y aunque éramos pequeños estaban muy centrados en la imagen, en el físico y en el éxito social». Él, sin embargo, era «callado y más imaginativo que el resto. Así que empezaron a hacerme el vacío, y como no se me daba muy bien hacer amigos, me lo ponían cada vez más difícil».
Burlas, aislamiento
Entonces se puso en marcha la maquinaria del acoso. «Comenzó con burlas. No era cosa de un día, sino algo constante. Me dejaban de lado y nadie quería estar conmigo. La presión del grupo era enorme y si uno se metía conmigo, nadie me defendía». Tenía 11 años, «y cada día me sentía más solo en un ambiente agresivo. Nadie me quería ni me apoyaba. Tampoco los profesores. Bajé el rendimiento y me diagnosticaron déficit de atención. Me esforzaba por ir bien, pero no lo lograba, y mis compañeros se burlaban más. Me volví solitario. Era el raro. Me sentaba atrás y terminé por no hacer nada en clase. No quería ir al colegio, lo pasaba fatal». Y lo peor estaba por llegar.
Intentos de suicidio
El relato abunda en detalles que sus padres todavía desconocen, así que los omitimos con su promesa de que será él mismo quien se los cuente. «A mí –explica– nunca me pegaron, pero la presión del grupo era tanta que empecé a tener pensamientos autodestructivos. Empecé a seguir cuentas de Instagram de usuarios que eran acosados y querían suicidarse. Empecé a autolesionarme. Después del primer corte, leí una frase que me marcó: “El primer corte abre la puerta al suicidio”. Contacté con gente que estaba igual que yo y me hice su amigo. Tenía más amigos en el móvil que en la vida real». Después vinieron más cortes e intentos más serios. Cualquiera podía ser el definitivo. El suicidio de un amigo fue el primer golpe, pero más impactante fue la muerte de su mejor amiga: «Fui la última persona con la que habló. Me dijo: “Ya no puedo más. Es insoportable. Tú eres bueno; ayuda a que otros no hagan lo que voy a hacer ahora”. Y saltó por la ventana».
Un problema que crece
Aunque Pablo y sus amigos se sentían solos, no lo estaban. Según el último informe de la fundación ANAR (Ayuda a Niños y Adolescentes en Riesgo), la violencia escolar se ha multiplicado en España en los últimos años. De los más de 380.000 casos de violencia contra menores que ANAR atendió en 2014, el 7,8 % estaban relacionados con el acoso en las aulas. Un 2 % más que en 2013, y un 5 % más que en 2012. El aumento de estas situaciones ha llevado al Ministerio de Educación a presentar, el viernes pasado, un borrador del Plan Estratégico de Convivencia Escolar, con más de 70 propuestas para implicar a alumnos, familias, profesores, centros e instituciones públicas en la lucha contra el bullying. En varias comunidades, la Policía ya imparte charlas por las aulas para ayudar a los menores a detectar, combatir y prevenir el acoso.
Alumnos contra el acoso
También son cada vez son más los estudiantes que identifican la presión de grupo en las aulas (y fuera de ellas a través de las redes sociales) como un grave problema de convivencia. Este fue, de hecho, uno de los dos aspectos que 300 jóvenes de colegios públicos y privados pidieron abordar durante el tiempo de trabajo que compartieron en el proyecto internacional Scholas Occurrentes, puesto en marcha por el Papa y que celebró su primera reunión en Madrid la semana pasada. Una reunión en la que Pablo, arropado por sus compañeros del colegio San Ignacio, compartió su testimonio justo antes de hablar con Alfa y Omega.
Acoso no es solo violencia física
Aunque él aclara que «mi caso no es de los peores porque no me pegaban», el suyo es un caso arquetípico de bullying. Como explica Joan Marc Turc Roig, director de la Oficina de Defensa de Derechos del Menor del Gobierno de Baleares, psicólogo experto en infancia y asesor de la plataforma ZeroAcoso de ayuda a víctimas y testigos de acoso escolar a través de las nuevas tecnología, «es muy importante saber qué es y qué no es bullying» porque, en ocasiones, hay padres o profesores que quitan hierro al acoso diciendo que «son cosas de niños», mientras otros tildan de acoso cualquier mal comentario.
«El bullying es la intimidación y el maltrato entre escolares, de forma repetitiva y mantenida en el tiempo, con intención de humillar y someter a un alumno indefenso por parte de un alumno acosador o de un grupo, mediante agresiones verbales, sociales o físicas. Tiene que darse desequilibrio de poder (un alumno que se encuentra en evidente inferioridad respecto a otro, y sufre un deterioro en su integridad y sentimientos de inseguridad); intencionalidad (comportamientos de maltrato que se dirigen contra una víctima y no hacia otros compañeros); y repetición y reiteración de las conductas abusivas», aclara Turc.
La máquina se puede frenar
Aunque las dimensiones del problema son enormes, Pablo sabe que se puede frenar la maquinaria del acoso: «La clave es apoyar a quien lo sufre. Encontrar en mi nuevo colegio amigos de verdad que me aceptan como soy, y el apoyo de profesores que creyeron en mí, me salvó la vida. Ahora ayudo a otros que estaban como yo y les explico que esta mala época pasará, que los acosadores no deben ganar, que encontrarán a personas que les quieran sin juzgarles, y que el bullying puede llegar a ser un recuerdo del pasado». Como una vieja máquina de vapor.
Algunos estudios califican como un tipo de víctimas a los propios acosadores, pues también son menores que deben ser educados. Como explica Joan Marc Turc, para ayudar a corregir la conducta de un acosador «lo primero es hacer conscientes a todos los alumnos sobre qué es acoso y qué conductas forman parte de él. Así es más fácil identificar a los hostigadores y a los espectadores, que son copartícipes del acoso. En un grupo, estas conductas pueden ser apoyadas o reprimidas por los compañeros, que con su actitud modulan la conducta de los agresores. A nivel individual, con el psicólogo del centro y vinculando a la familia, se puede trabajar para mejorar la capacidad empática del agresor; ayudarle a generar alternativas a la agresión en caso de conflictos o falta de control de la ira; y buscar una reconciliación víctima-agresor».
Unos 300 alumnos de Madrid, de 21 colegios públicos, concertados y privados, participaron en el primer encuentro de Scholas Ciudadanía de Europa, celebrado del 18 al 22 de enero en el colegio La Salle-Sagrado Corazón. Divididos en dos comisiones, durante toda la semana debatieron entre ellos y consultaron a expertos sobre las «deficiencias del sistema educativo» y el acoso escolar y otras formas de presión social.
Las conclusiones se presentaron el viernes en la Universidad Politécnica. Estuvieron presentes representantes de la Comunidad de Madrid y del Ayuntamiento.
Hubo también testimonios como el de Irene Villa, quien recordó el día en que las bombas de ETA cercenaron su pequeño cuerpo de 12 años. «Pero mi vida no acabó ahí. Mi madre me enseñó a vivir sin odio, a perdonar a los que nos habían hecho eso». El salón de actos volvió a enmudecer cuando José María del Corral, director mundial de Scholas Occurrentes, anunció que seis alumnos viajarán con él a Roma para presentar al Papa las conclusiones del encuentro. La cita tendrá lugar el 3 de febrero.
Una de las peticiones de los jóvenes es que haya en España «una única ley que regule las bases de educación, siendo esta independiente a los giros políticos» o que los profesores «nos enseñen» a edades más tempranas «métodos de estudio eficaces».
El documento recogió también compromisos de los jóvenes, como «corresponder los esfuerzos del profesor colaborando activamente con el ritmo de la clase» o «llegar al aula con una actitud participativa», .
En lo que respecta a la presión social, los jóvenes se comprometen a «no callarnos ante el acoso escolar y acompañar al acosado» o a «ser empáticos, solidarios y compañeros».
En la parte de propuestas, los alumnos presentaron doce ideas para tratar de erradicar esta lacra, que van desde «crear una ley integral contra el acoso escolar» o que «el Plan Director de la Policía Nacional tenga mayor difusión y llegue a todos los centros educativos».
El encuentro de Scholas Ciudadanía, que promueve el compromiso social de los jóvenes, se cerró con la plantación del olivo, símbolo de la plataforma educativa del Papa, y con el baile de la paz. Ahora la previsión es que la iniciativa se pueda replicar en diferentes puntos de España y de Europa.