Otro Renacimiento
La nueva y concurrida exposición del Museo del Prado desvela la inspiración de los artistas españoles e italianos que convivieron en el panorama artístico de Nápoles durante el inicio del Cinquecento, un fecundo capítulo del Renacimiento
Probablemente esta nueva exposición del Museo del Prado sea la más concurrida desde el confinamiento. Colas que duran horas, salas a rebosar de visitantes… y cierta incomodidad a la hora de ir a contemplar el resultado del proyecto, pero, si lo vemos con una mirada más positiva, es realmente reconfortante y esperanzador que el público muestre este inesperado interés en una exposición como esta, que no es, en absoluto, una muestra comercial o especialmente fácil de vender, sino que es la materialización de un riguroso proyecto de investigación.
El proyecto se titula Otro Renacimiento, y desvela un trabajo muy concreto en la historia del arte: la inspiración de artistas españoles e italianos que convivieron en el panorama artístico de Nápoles durante los primeros años del Cinquecento, un capítulo del Renacimiento muy fecundo, pero ciertamente desconocido. Es un reflejo del comportamiento artístico de España e Italia meridional, deslumbrados ambos países por los revolucionarios Rafael y Miguel Ángel y sus primeros pasos hacia la maniera moderna.
La acotación del tema no ha sido un impedimento para el museo de ofrecer una amplia exposición. La pinacoteca ha conseguido reunir 75 obras (44 pinturas, 25 esculturas, cinco libros y un retablo) procedentes de colecciones públicas y privadas nacionales e internacionales. La razón del título del recorrido se debe a la desviación de la mirada a Roma y Florencia en lo que respecta al Renacimiento, redirigida a Nápoles a través de las lentes de la monarquía hispánica. Los protagonistas de este tiempo y lugar no son desconocidos en absoluto; se identifican firmas de Pedro Machuca, Bartolomé Ordóñez, Diego de Siloé, Pedro Fernández o Alonso Berruguete, entre otros. Todos ellos fueron los introductores de la nueva manera artística del Cinquecento, interpretada singularmente y transmitida a la península, donde sus colegas artistas le dieron una identidad única. En palabras de Miguel Falomir, director del Museo Nacional del Prado, «podemos afirmar sin temor a exagerar que, sin esa experiencia napolitana, el Renacimiento español sería muy distinto».
La primera sección del recorrido hace un escáner contextual de Nápoles para entender las razones de su papel como puente para España. Era la ciudad europea más poblada después de París. En las décadas anteriores al establecimiento de la corte española, se habían congregado allí muchos de los humanistas italianos más importantes. Las obras reunidas en esta sección muestran algunos de los lugares y rostros que encarnaron la vida y la cultura del Nápoles españolizado.
La segunda sección explica la incorporación de Nápoles a España. Fernando el Católico fue homenajeado en sus nuevas posesiones con arquitecturas efímeras y pinturas que celebraban su triunfo a la manera de los emperadores antiguos, con lo que se desarrolló un modelo ceremonial que se exportó de inmediato a la península ibérica. En esos momentos apareció activo en Nápoles un misterioso artista, conocido como maestro del retablo de Bolea, y también el pintor Pedro Fernández, procedente de Lombardía, que, tras establecerse en la ciudad durante unos años, logró renovar profundamente la cultura figurativa local.
La tercera sección entra de lleno en el núcleo de la investigación. Es el momento de la transformación artística hacia la maniera moderna. Se rompe con el clasicismo para dar paso a una representación de la naturaleza mucho más perfecta. Miguel Ángel y Rafael marcaron el tono de esta maniera con la instauración de un modelo de belleza más complejo e idealizado. Los artistas españoles en Nápoles fueron los encargados de llevarlo a España, junto con el escultor florentino Andrea Ferrucci y el pintor lombardo Cesare da Sesto.
La cuarta y última sección nos habla de los años 1509 a 1522, recordados entre los más felices de la historia del reino. Fue época de un extraordinario florecimiento artístico: la llegada desde Roma de la Virgen del pez de Rafael marcó un punto de inflexión en la actividad de los artistas locales, que la acogieron con gran entusiasmo. Tomaron el testigo Diego de Siloé y Bartolomé Ordóñez. Ambos desarrollaron un original estilo al combinar la poética de los afectos de Leonardo con la gracia de Rafael y el poder expresivo de Miguel Ángel. A finales de la segunda década se extendió una versión más inquieta del estilo rafaelesco, estimulada, una vez más, por la presencia de un artista español llamado a desarrollar una brillante carrera, Pedro Machuca, futuro arquitecto del palacio de Carlos V en Granada.