Orar juntos y mirar a Jesús - Alfa y Omega

Orar juntos y mirar a Jesús

Antes de la Misa de la Sagrada Familia, una carpa acogió una fecunda iniciativa de oración: 33 horas de adoración al Santísimo, que han hecho patente que el secreto de las familias fuertes, alegres y felices no está en sus capacidades, ni en tener dinero o trabajo, sino en esos ratos juntos en los que ponen a Dios en el centro de su día a día

Redacción
En la carpa de adoración, ‘la Luz brilla en las tinieblas, y en la Luz había vida, y la vida era la luz de los hombres’

Prisas, compras, papel de regalo, luces, música, cabalgatas, serpentinas, ruido y fiesta: durante los días de Navidad, Madrid se convierte en un hervidero de gente que va y viene. Bajo el frío de la capital, todos corren de un lado a otro, y las luces de colores brillan por todas partes, pero parece que nadie va a ningún sitio, y que tanta luz, al final, se descubre fría, sin calor.

Sin embargo, durante 33 horas, en el interior una carpa instalada en la plaza de Colón, el tiempo recobra su calma y brilla con fuerza la Luz verdadera. En un ambiente de penumbra que invita al sosiego, un faro de luz sirve de apoyo al Santísimo Sacramento, que desde lo alto acoge y da vida y calor a todo el que entra. Es la Luz que brilla en las tinieblas, y en la Luz había vida, y la vida era la luz de los hombres.

Abajo, hay una imagen de la Sagrada Familia de Nazaret, el misterio de amor que celebramos estos días; y a sus pies, una muchedumbre de velas: cada una porta una intención personal, una familia con una necesidad especial, un rostro querido y amado. Cuando los que más queremos necesitan algo que nosotros no podemos dar, entonces acudimos a Dios, llamamos a la puerta del Creador que da origen a todas las familias.

Una vela, una familia: a los pies del Señor se colocan todas nuestras necesidades, todos nuestros agobios, nuestras incertidumbres, nuestras apreturas; también todos nuestros pecados, todas las veces en las que no hemos podido ofrecer a los nuestros nada más que nuestro egoísmo. Delante del Señor, ponemos a nuestros hijos, a nuestra mujer o a nuestro marido, a nuestros padres, abuelos y nietos; aquellos que están, y aquellos que nos esperan en el corazón de Dios Misericordia, el mismo que nos reúne estos días en Madrid, el mismo que une a cada matrimonio y a cada familia, el mismo Dios que cimenta la Iglesia, el que la ofrece al mundo como un signo de luz y alegría en medio de tanta tiniebla.

A los pies del Señor, están también todos los sufrimientos que sofocan como un nudo en la garganta la vida diaria de tantas familias: discusiones, crisis, peleas…, tantos gritos y tan pocos Te quiero, tantos silencios y tanto ruido, tantas separaciones y tantos divorcios, tantos abortos también, tanto miedo de querer y de querernos.

Una vela, una oración: los primeros en acercarse a dejar una intención a los pies del Señor, a los pies de la Sagrada Familia, son los mayores y los más pequeños: abuelos y nietos. Ellos son la reserva espiritual del mundo, como ha insistido tanto el Papa Francisco. Ellos son el tesoro de la Iglesia, los niños de ayer y los niños de hoy, y de ellos es el reino de los cielos, porque saben bien para qué hemos venido a este mundo: para amar y ser amados. No por otro motivo, los niños y los abuelos son el centro y el corazón de cada familia. Amar los rostros de todos los días

De pronto, un par de turistas chinos se deja caer en la carpa de Adoración. Se sientan y ven a la gente entrar y salir, ponerse de rodillas y rezar, encender una vela. «¿Estáis celebrando el Año Nuevo?», preguntan. No, celebramos que Dios está con nosotros, que ha venido y se ha quedado. Adoramos y cantamos al Amor que se ha hecho Niño.

«Señor, necesitamos amar como Tú. Queremos que llenes de amor nuestras familias»: la oración dentro de la carpa continúa día y noche. Lo necesitamos. Cualquiera sabe que la vida en familia es difícil, que tropezamos continuamente con nuestros pecados, con nuestro egoísmo. Nos duele que nos quiten el sueño, el descanso, que nos arranquen la vida… Siempre a la carrera, con prisas, con la soga al cuello. Nos duele la incertidumbre de no saber si llegaremos a fin de mes, nos duele el futuro, nos duele nuestro pasado: tememos no estar a la altura de tanta responsabilidad. A veces, no nos gustamos, ni nos gusta nuestra mujer, o nuestro marido, o nuestros hijos, y querríamos que fueran de otra manera. En realidad, nos gustaría otra familia, la que no existe.

Por eso necesitamos a Dios, necesitamos su mirada sobre nuestra vida y sobre nuestra familia. Necesitamos oír del Señor ese Te quiero que cambia la vida en un segundo, ese Todo era bueno que pensó el Señor al crearnos. Necesitamos escuchar que nuestra vida está bien hecha, que nuestra familia es el mejor regalo que podríamos haber recibido nunca, que esos rostros que vemos todos los días son el abrazo de Dios para cada uno de nosotros. Donde está Dios, está la alegría.

Por eso, también necesitamos rezar juntos, en familia. El Papa Francisco recuerda: «Rezar juntos el padrenuestro alrededor de la mesa, no es algo extraordinario: es fácil. Y rezar juntos el Rosario, en familia, es muy bello, da mucha fuerza. Y rezar también el uno por el otro: el marido por la esposa, la esposa por el marido, los dos por los hijos, los hijos por los padres, por los abuelos… Rezar el uno por el otro. Esto es rezar en familia, y esto hace fuerte la familia: la oración».

Las familias que perdonan son familias fuertes. En la carpa, se suceden las confesiones, en los mismos confesionarios que se utilizaron en la JMJ Madrid 2011. «Conmigo no ha parado de confesarse gente, y todos eran padres o madres de familia», afirma un sacerdote. Porque siempre es necesario pedir perdón, reconocer que no somos perfectos, pero que nos queremos. Siempre es necesario empezar de nuevo.

El Señor es también la fuente de la alegría. Un padre de familia dice: «Donde está Dios, está todo lo que es suyo: la alegría, el amor, el perdón y la paz», porque, como afirma el Papa Francisco, «la alegría no viene de las cosas o de las circunstancias favorables, sino de la belleza de estar juntos».

Bajo el cielo de Colón, a los pies del Señor, un niño se recuesta en el regazo de sus padres. Todos unidos, y Dios en el centro. Porque el secreto de una familia fuerte no es otro que orar juntos y mirar a Jesús. Lo demás no pasa de ser poco más que ruido, prisas y luces de colores.

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
José Antonio Méndez

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Dani, Sonia y Alba: Podemos disfrutar pronto de lo bueno

Sonia y Dani tienen sólo 24 años y se casaron hace poco más de un año. Han participado en el resto de ediciones de la Fiesta de la Familia, aunque esta vez lo hicieron por primera vez junto a su hija Alba, que a sus 4 meses dormía plácidamente a pesar del coro que amenizaba la espera hasta que empezase la celebración. Algunos les dirían que son demasiado jóvenes para casarse, pero «que seamos jóvenes no es un impedimento para vivir lo que Dios quiere para nosotros. Así podemos disfrutar pronto de lo bueno del matrimonio, disfrutarlo de otra manera», explican. «Dios ha puesto a Sonia para mí, y a mí me ha puesto para ella. Por eso sé que yo tengo que quererla —y quiero quererla— como Dios me quiere a mí», cuenta Dani. Y aunque llevan poco tiempo de casados, ya saben que el matrimonio no es un camino de rosas sin espinas: «Las dificultades de la convivencia llegan antes o después, pero lo importante es siempre vivir el perdón y poder ayudarse y apoyarse siempre en el otro. Porque darse a alguien sin reservas llena mucho más que quedarte encerrado en ti mismo», sentencia Sonia.

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Familia Carrasquilla-Negro: «Dios es el cemento de la familia»

Jorge y Julia no sólo han venido con sus tres hijos (y una cuarta, que lleva 6 meses dentro del vientre de su madre): también los acompañan el padre de Jorge, don Antonio, su consuegra, María del Carmen, y uno de los 23 nietos de ésta. Mientras hablamos con ellos, van sumándose otros hermanos y cuñados, que como ellos llegan hasta Colón «para agradecer a Dios lo que nos da con nuestra familia». Todos son miembros del Camino Neocatecumenal y explican que, «para nosotros, la familia es fundamental, porque es el lugar en el que hemos recibido lo que somos: el ser, la vida, la gratuidad, el amor de Dios, la fe, la presencia de Jesucristo en nuestro día a día…, todo lo que nos ha hecho ser como somos, y que ahora intentamos transmitir a nuestros hijos», cuenta Jorge. Para los Carrasquilla-Negro, ser muchos no es sinónimo de conocerse menos, «porque Dios unifica a la familia, nunca separa —señala don Antonio—. Respetando siempre la autonomía de cada uno, vivir la fe en familia te hace amar a cada uno como es, perdonarse, conocerse, compartir lo bueno y lo malo. Es el cemento de la familia».

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Jóvenes de San Francisco de Asís (Cartagena): Preparados para amar de verdad

Ester, Francisco, Raquel, Juan y el resto de sus amigos vienen de la parroquia de San Francisco de Asís, de Cartagena (Murcia), junto a otros 3 autobuses de familias del Camino. Tienen entre 15 y 17 años, edad en la que los afectos y los sentidos están a flor de piel. Sin embargo, ellos no viven exactamente igual que el resto de jóvenes. El matrimonio les queda lejos, pero el noviazgo lo tienen muy cerca. Francisco, de 17 años, y Raquel, de 16, están experimentando que «un noviazgo cristiano, en el que uno respeta al otro, no es fácil, pero merece la pena». ¿Y qué tiene de especial eso del noviazgo cristiano? Responde Juan, de 17 años: «La manera de amarse los novios. Un noviazgo no cristiano responde a un amor idealizado, no a la realidad y a la debilidad de los novios. Es un amor condicionado a lo que el otro dé, y cuando uno la pifia, como no hay un amor incondicional, y a veces no se sabe perdonar de verdad, la relación es frágil. El noviazgo cristiano responde a cómo ama Jesucristo. Después de un encuentro con Cristo, puedes querer al otro aunque la pifie mil veces; puedes perdonar y pedir perdón de verdad, puedes amar incondicionalmente al otro más que a ti mismo».

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Familia Poyato García-Lozano: Amor al 150 %

«Hemos venido para dar gracias a Dios por la familia, ¿te parece poco motivo?». Lo dice Jaime Poyato, que viene junto con su mujer, Eva, sus hijos, su cuñada Adriana, y varios sobrinos, desde la parroquia de Santa Genoveva, en Majadahonda. Y el motivo, en efecto, es más que suficiente, porque «el futuro depende de la familia; no pasa de moda. Es el lugar que tenemos para crecer, desarrollarnos, formarnos…, para ser feliz», añade Eva. Adriana es madre de una preciosa niña con síndrome de Down. Y su testimonio no puede ser más expresivo, aunque lo exprese entrecortadamente, por las lágrimas que se le agolpan en las palabras: «Si algo tengo seguro es que ella es feliz y hace felices a todos. Eso, y que mi hija tiene su puesto ganado en el cielo». Dificultades no faltan, pero palidecen al contrastarlas con todo cuanto vive una familia bendecida con un miembro especial: «Cuando en la familia alguien te necesita al 100 %, te das al 150 %. Y eso genera siempre felicidad, hace que demos lo mejor de nosotros. El amor de Jesucristo a cada uno nos ayuda a ser más generosos, más entregados y a sacrificarnos más».

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Luisa y José Antonio: 47 años dándoselo todo a Dios…, y al otro

Luisa y José Antonio llevan 47 años casados y han criado a 5 hijos. El secreto de sus casi 5 décadas de felicidad está en hacer realidad un proyecto que trazaron antes de casarse: «Cuando éramos novios, le dije a Luisa que teníamos que tener una sinceridad total. Sinceridad ante Dios y sinceridad entre nosotros», cuenta José Antonio. «Eso –añade Luisa–, y poner al Señor en medio de la casa. El matrimonio hay que trabajarlo, poner ilusión cada día y reiniciarlo cuando hace falta. Tener ilusión y alegría es señal de que el Señor está en casa». Y, para lograrlo, «hay que ofrecerle lo bueno y lo malo al Señor. Lo bueno para darle gracias, y lo malo para que dé fuerzas», añade José Antonio. Pero, ¿cómo se quiere un matrimonio tras 47 años? Uno completa las palabras del otro: «Mucho, y mucho más en profundidad. Eso te lo da el Señor cada día. Hay que aguantar mucho, tratar de disculpar siempre los defectos del otro, y ser consciente de las oscuridades para buscar cómo superarlas. Nosotros, además, somos de Cursillos de Cristiandad y permanecemos muy unidos a nuestra comunidad, que nos ayuda a perseverar en la fe, a sentirnos parte de la Iglesia, a ver el testimonio de otras familias y a estar unidos en Cristo».