Oraciones por la bioética (y por el ser humano) - Alfa y Omega

El Papa nos ha invitado este mes de marzo a todos, creyentes o no, a orar por la bioética y los retos a los que debe enfrentarse en estos próximos años. La llamada del Santo Padre puede, a primera vista, resultar algo paradójica en la medida en que la bioética es habitualmente entendida como una suerte de ética secular, un marco de mínimos en el que los integrantes de una sociedad plural presidida por distintas cosmovisiones pueden adoptar decisiones frente a los ingentes avances de la ciencia y la tecnología en relación con la biología y la salud. Aunque cierto es que alcanzado cierto consenso sobre determinados valores y principios en sede secular, asumidos por creyentes y no creyentes, puede mostrarse oportuno acogerse a los mismos para afrontar todos estos nuevos interrogantes y partir de un mínimo de consenso sin el que, no ya la solución, sino el mero diálogo no sería posible.

Pero es que, además, ver una línea de separación entre bioética y religión no responde ni a los orígenes de aquella ni tampoco a su propia fundamentación. La conexión entre bioética y religión e, incluso, entre aquella y cristianismo es inescindible. La bioética es difícil de entender sin la participación de la Iglesia. Fueron los jesuitas, los padres Francesc Abel y Javier Gafo, los que promovieron los primeros seminarios de bioética en España. Y en Estados Unidos, la labor del Instituto Kennedy de Bioética de la Universidad de Georgetown, centro de la Compañía de Jesús, fue esencial para la construcción de un marco suficiente de fundamentación.

Por otro lado, si el origen más mediato de la bioética se sitúa, a través de Fritz Jahr, en el ámbito de la protección del medio ambiente, es harto sencillo encontrar un nuevo vínculo entre bioética e Iglesia católica a través del cuidado de la casa común que se expresa con gran claridad y firmeza en Laudato si.

En todo caso, y al margen de la directa conexión entre bioética y religión, la llamada del Papa debe ser entendida, también, como una llamada al discernimiento sobre los retos que debemos afrontar como humanidad ante el citado avance de la biomedicina y biotecnología. En una sociedad agile, en la que el paradigma parece que es el actuar y ya no tanto el pensar, buscar espacios para el discernimiento no es un mero disfrute o entretenimiento de unos pocos, sino una necesidad. El más es mejor no pasa de ser una metáfora lakoffiana.

Recuérdese que el ser humano y sus comunidades deben afrontar diferentes retos que afectan a lo más profundo de la propia naturaleza de aquel, para lo que la bioética constituye una herramienta de reflexión y propuesta indispensable. Entre tales retos, podríamos destacar los dos siguientes por su carácter eminentemente disruptivo.

En primer lugar, el incesante avance de la edición genómica, en especial, el CRISPR/Cas9 y la posibilidad de editar, cortar y, por tanto, alterar el genoma, no ya para prevenir o curar enfermedades, sino para el mejoramiento del ser humano. La biotecnología puede emplearse ahora para perfeccionar al ser humano, para diseñarlo desde su inicio, quedando pues su futuro condicionado por una decisión adoptada por terceros, habitualmente, sus padres. En palabras de Jurgen Habermas, somos libres en la medida en que el inicio de nuestra vida viene determinado por el azar. Hay un vínculo entre la contingencia del inicio de la vida, la cual no está a nuestra disposición, y la libertad para dar forma ética a nuestra vida. El azar sería la garantía de libertad, de manera que si dicho azar se sustituyera por una suerte de derecho de preconfiguración por terceros sobre el futuro del individuo, diseñándolo desde el origen, el valor libertad quedaría radicalmente afectado. Nuestro destino por socialización desaparecería en el marco de las previas decisiones tomadas por otros, apropiándose los terceros de la historia de la propia formación del individuo.

En segundo lugar, el avance de la neurotecnología. Parece que nos permitirá no solo registrar la actividad cerebral humana, sino también acceder a ella. Se podrá, incluso, ir más allá e interferir en su cerebro y poder cambiar su comportamiento. Tales avances podrán revolucionar el tratamiento de muchas enfermedades y discapacidades, desde lesiones cerebrales y parálisis hasta epilepsia y esquizofrenia, y transformar este mundo en su sentido plausible. Pero, como ocurre casi siempre, pueden también incrementarse las desigualdades sociales y permitir a los gobiernos y a las empresas o, incluso peor, a los piratas informáticos acceder a nuevas formas para manipular y controlar los individuos, afectando, además, a la privacidad de los pensamientos y la agencia individual y una comprensión de los individuos como entidades unidas por pensamiento y cuerpo. Una suerte de nueva bio-neuropolítica, en términos foucaultinianos, que ponga en riesgo lo que constituye uno de los grandes valores de la humanidad, como es la libertad.

Cierto es que muchos de los cambios que se anuncian quedan aún en el ámbito del laboratorio o de lo experimental. Pueden aún pasar años o incluso décadas hasta su verdadero desarrollo. Pero los descritos significan que estamos en el camino hacia un mundo en el que será posible alterar nuestra propia naturaleza humana.

En definitiva, orar, discernir son prácticas muy adecuadas cuando la realidad nos coloca ante cambios sustanciales que nos exigen contestar a la gran pregunta. Que no es la que habitualmente se formula, ¿qué podemos hacer?; sino ¿qué debemos hacer? Oremos y discernamos para tratar de saberlo.