Olivia, nacida por gestación subrogada: «Cuando hablaba de mi nacimiento, silencio»
Llega a España la obra en la que Olivia Maurel, portavoz de la Declaración de Casablanca, entidad que lucha por abolir la gestación subrogada, comparte el trauma de nacer así
—¿Cuándo empezó a sospechar que había algo extraño en su nacimiento?
—Tenía unos 6 años. A esa edad no tienes las palabras, pero tienes instintos y los míos gritaban. Cada vez que hablaba de mi nacimiento, me encontraba con silencio o medias respuestas; como si mi existencia fuera un secreto. Eso planta una semilla de duda que crece como un bosque: ¿quién soy? ¿De quién soy? ¿De dónde vengo? Eso conformó todo. Incluso antes de tener la verdad, mi cuerpo cargaba con la herida. Era insegura, constantemente tenía miedo del abandono. Imagine construir su identidad sobre arenas movedizas. Sin importar cuántos dones y privilegios tuviera, nada podía llenar el agujero de esa pregunta sin responder: ¿dónde está mi madre?
—Cuenta que sus padres eran distantes. Se podría argüir que la inseguridad y las conductas de riesgo surgen de ahí.
—Esto no tiene que ver con estilos de crianza, sino con la ruptura más primaria que se puede experimentar: ser separado de tu madre al nacer. Un recién nacido no se preocupa por la genética o los contratos. Necesita a la mujer cuya voz y latidos conoce. Eso se me negó. Esa ausencia no es teórica: es física. Por eso la subrogación no es una forma distinta de paternidad. Es un trauma causado a propósito.
—¿Se podrían haber hecho las cosas mejor en su caso para evitar el daño?
—No. Saber la verdad antes podría haber aliviado un poco la confusión. Conocer a mi madre biológica podría haber suavizado el golpe. Pero el problema de raíz no es el secretismo, es la separación. Por eso digo que no existe una gestación subrogada ética. La violencia no es un accidente. Es el modelo de negocio.
—También pasó por un aborto y sufrió una violación. ¿Cómo la impactaron?
—Fueron devastadores. El aborto profundizó el eco de la pérdida en mi interior; fue como revivir mi abandono. La violación quebró el frágil sentido de seguridad que me quedaba. Me hundieron más en la oscuridad: en las adicciones, la autodestrucción y el silencio. Pero también aprendí que cuando el trauma se sigue repitiendo, o dejas que te mate o encuentras una forma de contraatacar.
—¿Qué la ayudó?
—He pasado años en terapia. He caído, he recaído y he luchado por recuperarme. La maternidad ha sido mi mayor maestra: cuando cogí a mis hijos, comprendí con cada célula que el vínculo entre una madre y su bebé es sagrado. El deporte también me salvó. Y el activismo: transformar mi dolor en lucha por la prohibición internacional ha convertido mi herida en arma. Sé lo que significa ser esa niña cuyo primer aliento viene con una separación. Y sé lo que significa para las mujeres ser reducidas a máquinas para la reproducción. La subrogación no trata de generosidad, sino de contratos y dinero; del mercado convirtiendo los vientres en fábricas y a los niños en productos. No se puede humanizar una práctica que en lo más hondo es inhumana.
—La industria responde a sus denuncias con testimonios de familias felices. ¿Han contactado con usted otras personas que han nacido así?
—Sí. Sus historias me parten el corazón. Casi todos tienen las mismas cicatrices: vacío, problemas de identidad, sensación de ser un producto. Ninguno está fuerte aún para hablar públicamente por el conflicto de lealtad con sus padres comitentes; pero me lo susurran en privado. Nos une esta verdad: la subrogada no es un cuento de hadas. Las historias felices son marketing. El resto somos la prueba que no quieren que el mundo vea.
—¿Cómo es la relación con sus padres comitentes y su madre biológica?
—Con los primeros no tengo relación porque elegí hablar contra esta práctica. Pero no puedo silenciarme para que otros estén cómodos. Mi lealtad ya no es a los secretos de familia: es a la verdad, la justicia y a cada mujer y niño. Con mi madre de nacimiento hay reconocimiento, conexión, pero también la crudeza de todo lo que nos robaron.
—¿Cómo está ahora mismo la batalla legal en torno a esta práctica?
—En una encrucijada histórica. En un lado hay una industria de miles de millones hablando de amor y elección. En el otro, mujeres, niños, feministas, legisladores y, finalmente, la ONU, diciendo: esto es violencia, es mercantilización. El informe de la Relatora Especial de la ONU pidiendo la abolición es rompedor. La cuestión de fondo es si se pueden comprar y vender seres humanos. Si normalizamos la mercantilización, la industria gana. Pero si defendemos la verdad sagrada de que una madre no se alquila y un niño no se vende, llegará la abolición. Esa decisión definirá nuestra era. Por eso, nunca dejaré de luchar.
—Como atea, ¿qué significó para usted conocer al Papa Francisco?
—Fue extraordinario. Le dije: «Soy atea y feminista». Sonrió y estuvimos de acuerdo en que la gestación subrogada está por encima de religión o política. Tiene que ver con la dignidad humana.
Olivia Maurel
Mensajero
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