En la famosa (y tristemente profética) distopía imaginada por Orwell en 1984, una de las claves está en lo que llamó neolingua, una modificación de los significados y significantes para alterar el pasado y el recuerdo, para evitar toda comparación del presente con el pasado, y para salvaguardar la infalibilidad del que tiene la posición dominante. José Luis Gutiérrez en Objeciones y convergencias con la Doctrina Social de la Iglesia (CEU Ediciones) hacía un análisis clarividente de cómo la finalidad última de esa neolingua está en extinguir la posibilidad de la libertad de pensamiento y acallar la voz de la conciencia. En ese ambiente opresor de 1984, el Partido provoca un vocabulario reducido, limitado a las sensaciones indispensables para vivir. La crítica orwelliana que tenía como objetivo el comunismo soviético es aplicable a todo tipo de políticas opresoras en nuestras democracias occidentales.
En 2010, J.Á. González Sainz publicaba Ojos que no ven (Anagrama), una novela en la que una familia emigra a una de las industriales poblaciones del norte, ante la falta de perspectiva económica. Allí, la mujer y el hijo mayor sucumben a las fascinaciones del discurso de los «nuevos amos», y a las nuevas significaciones de las palabras identidad y afirmación. Así, el padre de esa familia «aunque no sabe muchas cosas y que es todo lo pobretón que tú quieras, hay algo que sí que sabe: que unas cosas son justas en esta vida y otras injustas; que unas cosas son atinadas y otras un completo desatino; que unas, como en el campo, crecen sanas y otras en cambio crecen esmirriadas o llenas de plagas […], y que unas suelen traer aparejado el bien general y otras no acaban acarreando más que calamidades y atrocidades». Ese padre muestra una especial sensibilidad hacia las circunstancias que le rodean, y González Sainz se pregunta si en ellas hay un reclamo constante a la conciencia. El autor parece que deja la pregunta sin contestar, pero su propio personaje parece que sí ha atisbado respuesta. Y todo gracias a su propio padre, el que hace unos 80 años y ante una situación igualmente injusta le muestra el sentido de grandeza de la vida. Por eso, a pesar de su origen humilde, cuida las palabras y en un intento desesperado querrá mostrar a su mujer y su hijo las falacias de las que son cautivos. Por la belleza de la narración, por lo que reclama la verdad, y por lo actual de esta historia, es Ojos que no ven una novela imprescindible.