O Dios o el dinero
25º domingo del tiempo ordinario / Evangelio: Lucas 16, 1-13
El Evangelio de este domingo XXV del tiempo ordinario es una llamada a una relación nueva con Dios, que se manifiesta en la relación con el dinero. Ese es el punto clave para escuchar la Palabra de este domingo, para vivirla y para planificar nuestra semana.
Hay parábolas de Jesús bien construidas y con un contenido claro, mientras que otras son más enrevesadas, menos lineales, cuyo mensaje hay que buscar con mucho cuidado. El Evangelio nos presenta una parábola sobre la actitud hacia el dinero y la riqueza. Ciertamente, esta parábola, la del ecónomo injusto, deshonesto, que no obra con rectitud, puede parecer escandalosa e incluso inmoral, pero es necesario prestar atención y descubrir su mensaje, intentando captar la buena noticia.
¿Cuál es el contexto y el público al que se dirige esta parábola y estas palabras pronunciadas por Jesús? «Los fariseos, que estaban unidos al dinero, escuchaban todas estas cosas y se burlaban de él» (Lc 16, 14). Se trata así de hombres que escucharon las palabras de Jesús, pero, precisamente por su codicia, por su apego al dinero, no pudieron aceptar su enseñanza y acabaron despreciándolo. Además, es a estos hombres religiosos, que le criticaron por acoger a los pecadores y comer con ellos (cf. Lc 15, 2), a quienes dirige Jesús las tres parábolas de la misericordia que proclamábamos el domingo anterior. Y precisamente esta gran capacidad de compasión hacia los débiles, los perdidos, los pecadores, hace de la enseñanza de Jesús algo sumamente exigente: una enseñanza que trata de desenmascarar las diferentes formas de idolatría capaces de alienar sobre todo a los hombres religiosos, una enseñanza que pretende mover los corazones de los oyentes para conducirlos al único Señor.
El Evangelio presenta el tema de Dios y del dinero. Si de verdad oramos, si creemos en Jesús y lo amamos, si hemos aprendido la lección del domingo anterior sobre la misericordia, nuestra relación con las personas será distinta y, por tanto, nuestra relación con el dinero será muy diferente.
La pregunta que plantea el pasaje con esta parábola tan curiosa en la que el dueño alaba a un administrador deshonesto por hacer una trampa —pero que en realidad lo que el Evangelio alaba es algo diferente— es: ¿para qué sirve el dinero? Y la respuesta es clara: para hacer amigos, para compartir. El dinero sirve para hacer el bien. Este es el fondo de la parábola.
En algunas ocasiones me he preguntado si se puede amar a los pobres sin acercarse de alguna manera a la pobreza. Es decir, ¿se puede comprender lo que hay en el alma del pobre sin que nosotros hayamos tenido algún tipo de necesidad? ¿Podemos amar al pobre sin identificarnos algo con él? Algunos piensan que se trata de sacarlos de la pobreza, haciendo leyes, incluso a través de la revolución. ¡Cuidado! Porque en lugar de sacarlos de la pobreza podemos convertirlos en números de un estado totalitario, en abejas de una colmena absolutista. Es cierto que hacen falta leyes y cambios sociales, y el que ama al pobre tiene que favorecer eso. Pero amar al pobre significa un acercamiento al pobre y un compartir de alguna manera su pobreza.
Jesús afirma que quien «es de fiar en lo menudo, también en lo importante es de fiar». Nos fijamos mucho en las personas que ocupan puestos importantes, en famosos, y juzgamos si roban o son corruptos. Sin embargo, no nos damos cuenta de que nosotros, en nuestra pequeñez, quizá obramos con los mismos criterios y con la misma maldad, y que si tuviéramos mucho dinero y ocupáramos grandes puestos haríamos exactamente lo mismo. Reformémonos en lo pequeño, en nuestro modo de vivir, en nuestra forma de gastar. Nos retratamos en las pequeñeces de la vida, y la vida se construye desde abajo.
Al final, el Evangelio plantea la disyuntiva: o Dios, o el dinero. Porque el dinero se convierte en dios y se le adora. El becerro de oro no es el Señor, y no podemos ponerlo en el lugar de Yahvé. O servimos a Dios o al dinero. Dios es el único Dios, el centro de la vida, el valor supremo. Pero, cuando entre Dios y el ser humano se interpone el amar y el servir al dinero, como si se tratara de un dios, perdemos nuestra libertad interior y caemos en la peor miseria: la de ser esclavos del poseer.
A renglón seguido dice san Lucas que unos fariseos, al oír esto, se burlaron de Jesús. Entonces el Señor les respondió contándoles la vida, muerte y destino del rico opulento. Este será el tema del Evangelio del próximo domingo.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Un hombre rico tenía un administrador, a quien acusaron ante él de derrochar sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: “¿Qué es eso que estoy oyendo de ti? Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no podrás seguir administrando”. El administrador se puso a decir para sí: “¿Qué voy a hacer, pues mi señor me quita la administración? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa”. Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero:
“¿Cuánto debes a mi amo?”. Este respondió: “Cien barriles de aceite”. Él le dijo: “Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta”. Luego dijo a otro: “Y tú, ¿cuánto debes?”. Él contestó: “Cien fanegas de trigo”. Le dijo: “Aquí está tu recibo, escribe ochenta”. Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz. Y yo os digo: ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas. El que es de fiar en lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto. Pues, si no fuisteis fieles en la riqueza injusta, ¿quién os confiará la verdadera? Si no fuisteis fieles en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará? Ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero».