Nuria Villa Fernández: «No estamos escuchando a los niños»
Nuria Villa Fernández es doctora en Pedagogía, además de licenciada en Filosofía y Ciencias de la Educación. En la actualidad es profesora de la Facultad de Educación de la UNIR. Ha publicado, junto con la profesora Ángela Martín-Gutiérrez, el trabajo Educación inclusiva y digital: desafíos y propuestas a partir del COVID-19, donde analiza las consecuencias de la pandemia en el sistema educativo. Cree que esta situación debe provocar cambios.
¿Cómo ha afectado a los niños el no poder acudir presencialmente al colegio durante tanto tiempo?
Varios estudios muestran que el confinamiento afecta en el sedentarismo y en las habilidades sociales. La mayoría de padres informaron de cambios en el estado emocional de sus hijos. Los síntomas fueron la dificultad para concentrarse, aburrimiento, soledad, irritabilidad, inquietud, preocupaciones…
Para los más vulnerables la situación habrá sido más delicada, ¿no?
La pandemia o el temporal de nieve nos han mostrado una realidad muy dura para muchos niños, haciéndose más visibles las desigualdades sociales. Hay menores que no han podido acceder a la educación online, en cuyos casos la brecha digital se ha hecho más evidente, o que se han alimentado peor al no poder utilizar el servicio de comedor. Los niños más pobres y con diversidad funcional han sido los más afectados.
¿Se ha sido excesivamente duro con los pequeños?
Han sido el colectivo más duramente apartado de la vida social. En España vivieron uno de los confinamientos más duros y largos de Europa. Espacios como los colegios fueron de los primeros en cerrarse y los últimos en abrir. Se les ha privado parcialmente del derecho a la educación, del derecho a jugar al aire libre, a relacionarse con otros…
¿Qué han perdido en aprendizaje?
Lo que tiene que ver con las habilidades sociales, el contacto con iguales. Pasan muchas horas en el entorno escolar, con la comunidad educativa, con los maestros, con sus compañeros. En la escuela, que va más allá del aula, aprenden continuamente.
¿Y a nivel curricular?
No creo que haya un desfase tan grande a nivel académico. Pero sí es necesario cambiar diferentes aspectos del sistema educativo y, por ende, en la formación de toda la comunidad educativa, como una visión crítica de mejora de los contenidos, enfoques, estructuras, estrategias y evaluaciones.
¿Habrá secuelas a largo plazo?
Tenemos que estar atentos a las manifestaciones de nuestros niños en lo emocional y conductual. Estos meses nos han dado algunas señales: temores, miedos, toques de atención, irritabilidad… También nos han demostrado su capacidad de adaptación.
No habrá sido todo negativo, ¿no?
Francesco Tonucci, pedagogo italiano, decía que deberíamos preguntarnos qué han aprendido. Y es cierto que los niños han aprendido tareas domésticas, saberes cotidianos, a aburrirse, a echar de menos, a preocuparse por sus familiares, a dominar sus miedos, a estar más tiempo con sus padres…
¿Se ha afrontado correctamente las clases online?
Los colegios no han tenido recursos humanos ni tecnológicos para afrontar esta situación en todas sus dimensiones. Creo que se han mandado excesivos deberes y las familias han tenido que hacer un esfuerzo para organizar y realizar tareas. Hay que tener cuidado para no desmotivar a nuestros alumnos de modo que no pierdan su curiosidad, creatividad y ganas de aprender.
¿Hemos aprendido algo?
Quiero pensar que sí. Necesitamos desaprender códigos que ya no funcionan en la escuela y crear nuevos espacios de encuentro. Esos espacios podrían estar en contacto con el entorno, pues, en ocasiones, la escuela está en una burbuja y debería ser un lugar abierto a la comunidad y a lo que nos encontramos en ella. Además, hemos aprendido que la educación en mayúsculas implica que todo nuestro alumnado se sienta motivado, querido, con ganas. Para ello son muy importantes la escucha y la atención. Los maestros tienen que conocer y querer a sus niños.
¿Se los escucha?
No estamos escuchando a los niños lo suficiente y merecen ser atendidos. Han demostrado un nivel de responsabilidad mayor que algunos adultos. Hay que escucharlos porque tienen sus preocupaciones, sus miedos… y mucho que enseñarnos.