Nuria Casas: «La anorexia es una consecuencia de algo profundo, de una herida» - Alfa y Omega

Nuria Casas: «La anorexia es una consecuencia de algo profundo, de una herida»

Esta profesora gerundense de 24 años tiene la experiencia de haber descendido al lugar al que bajan muchas niñas y jóvenes hoy: los trastornos de la conducta alimentaria. «He descubierto el tesoro de la cruz», dice

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
La joven ha escrito su libro «para ayudar a los demás en sus luchas con sus heridas»
La joven ha escrito su libro «para ayudar a los demás en sus luchas con sus heridas». Foto: Albada.

Cuando Nuria Casas decidió mirar de frente a su trastorno de alimentación fue el comienzo de su sanación; a partir de ahí aprendió a ver su cuerpo de un modo de distinto y, junto a él, su relación con su familia, sus amigos y también con Dios. Lo cuenta en La cicatriz que perdura, editado por Albada. 

¿Cuándo comenzaron sus problemas de conducta alimentaria?
En el colegio, entre los 13 y 16 años, hubo un bache en mi vida que se expresó a través de la comida. Me empecé a obsesionar con el peso y la apariencia, algo que veo que es ahora común entre las niñas de esa edad. A los 20 años, ya estando en la universidad, volví a lo mismo, pero entonces fue más preocupante.

¿Por qué lo dice?
Antes de que nos encerraran por la COVID-19, yo venía de varios meses de hacer mucho deporte y de hacer régimen a tope. Luego, en el confinamiento, con toda la presión que supuso, explotó mi trastorno de conducta alimentaria, como les pasó a muchas otras personas. La anorexia es una enfermedad del cuerpo, pero va más allá. En el confinamiento sentía la necesidad imperiosa de controlar algo y, en ese momento, lo único que podía controlar era mi peso. Me aferré a eso y adelgacé muchísimo. Sabía que me estaba pasando algo, pero no quería aceptarlo.

¿Su familia no se dio cuenta?
Yo estudiaba fuera de casa y, cuando volví, mis padres lo notaron. De vuelta a las clases después de esos meses, mis amigos también lo percibieron.

¿Qué le decían?
Estaban muy preocupados. Mis padres fueron los primeros que me plantearon la posibilidad de recibir ayuda en un centro, pero yo era mayor de edad y no quise hacerlo. Mis amigos insistieron en que debía ir al médico, pero yo estaba cerrada en banda; no consideraba que estuviese tan mal.

¿Cuándo se dio cuenta de la gravedad del problema?
En el momento en que me di cuenta de que ya no podía más con mi vida. Toqué fondo de verdad. No tenía fuerza física, e internamente vi que estaba pasando por algo que me superaba. No era capaz de seguir soportando la situación. Entonces me rendí y fui al médico. Fue el primer paso de un proceso muy largo.

¿Qué vino después?
Me acepté vulnerable, me puse en manos de gente más fuerte y sabia que yo. Empecé a alimentarme y a cuidarme. Pero lo más importante fue la terapia interior.

¿Qué ha descubierto en ese proceso?
La anorexia es un mundo que cada cual vive de una manera distinta, pero hay patrones: ser perfeccionista, muy autoexigente, tener baja autoestima… También descubrí que la anorexia no es un capricho con la comida, sino una auténtica enfermedad; hay gente a la que le parece algo superficial, pero no lo es. Es un trastorno, pero no como cualquier otro. No te despiertas un día con los síntomas. Es consecuencia de algo más profundo que emerge poco a poco como un problema físico; lo que yo llamo una herida.

¿Encontró la suya?
Sí, gracias a la terapia y muy acompañada por Dios.

¿Dios?
Vengo de una familia creyente, pero cuando comenzaron mis problemas me enfadé con Él. Un día tuve un accidente muy grave con un quad: me estrellé contra una iglesia. Yo sí que puedo decir eso de que «con la Iglesia hemos topado» [risas]. Estuve cerca de la muerte y volví a rezar. Más tarde, cuando toqué fondo por mi trastorno, paseando me encontré con una capilla de adoración perpetua. Entré y rompí a llorar. Me puse en las manos de Dios: «O me ayudas o de esta no salgo». De mi parte solo puse una cosa: dejarme ayudar. Al día siguiente fui al médico. He descubierto el tesoro de la cruz. Para mí no es una doctrina, es algo vivo.

Esas heridas, ¿se pueden cerrar?
Sí, se pueden cerrar y curar, y llega un momento en el que dejan de sangrar. Pero la cicatriz no se borra. Nos sirve para recordarnos por lo que hemos pasado y que Dios nos sana.

La cicatriz que perdura
Autor:

Nuria Casas

Editorial:

Albada

Año de publicación:

2024

Páginas:

168

Precio:

17,95 €

Portada de 'La cicatriz que perdura'