Nueva vida en la Cartuja - Alfa y Omega

Nueva vida en la Cartuja

La comunidad Chemin neuf llega a España. Más de 20 familias, junto con sus 46 hijos, llenan de nueva vida la cartuja Aula Dei, cerca de Zaragoza. Ante la amenaza de tener que cerrar esta comunidad, los cartujos se la ofrecieron a la comunidad francesa Chemin neuf. En medio del campo aragonés, esta realidad eclesial ha instalado un centro de formación espiritual para matrimonios, en el que conviven con consagrados. También hacen apostolado, a través de la cultura

María Martínez López
La comunidad de ‘Chemin neuf’, en una celebración en la biblioteca de la Cartuja.

No es habitual ver a niños corretear por una Cartuja, orientándose con facilidad por claustros y pasillos. Pero así ocurre en Aula Dei, a las afueras de Zaragoza. En 2012, la cartuja fue encomendada a la comunidad francesa Chemin neuf. Esta nueva realidad eclesial, que une a consagrados y matrimonios, hace mucho hincapié en la formación bíblica y espiritual de los jóvenes y las familias, y han instalado en Aula Dei un centro para impartirla a matrimonios. Aula Dei tiene la ventaja de que el tamaño de las celdas -pequeños apartamentos en los que los cartujos pasaban casi todo el día- permite que en ellas viva una familia. Este curso, se están formando allí 14 familias con sus hijos y seis matrimonios sin ellos. Viven también tres familias, algunos jóvenes, un grupo de consagrados y dos sacerdotes, que están al servicio de la comunidad. Los 46 niños van al colegio en los pueblos cercanos.

«Llevábamos 15 años rezando para que surgiera alguna misión en España», cuenta Verónica, única española y madre de la primera familia que vino a Zaragoza en misión. La ocasión surgió en 2011, cuando el Prior General de la Cartuja les ofreció hacerse cargo de ésta, que se estaban planteando cerrar. «Hacían falta muchas obras y no teníamos dinero», pero, «al final, dijimos que sí porque pensamos que Dios quería conservar este sitio para Él. Hace tiempo, un cartujo dijo que la Virgen le había prometido que éste seguiría siendo siempre un lugar para Dios», explica Jacqueline Coutellier, responsable de la comunidad.

Algunos de los niños, en una de las ‘celdas-vivienda’ de la Cartuja.

Encantados con la acogida

Cada vez que funda en un sitio nuevo, la comunidad se ofrece y se pone a disposición del obispo local, para lo que necesite. «Estamos emocionados porque la acogida fue muy amable, sin recelos. Monseñor Manuel Ureña, arzobispo de Zaragoza, nos visita a veces, y participamos en las celebraciones diocesanas». Además, dos hermanos dan catequesis en una parroquia cercana. «Es muy poco todavía», pero «esta implicación diocesana es importante para nosotros», asegura Jacqueline.

Con el tiempo, les gustaría implicarse en la pastoral familiar, que es uno de los campos donde hacen más misión. La comunidad tiene la vocación de promover la unidad, tanto dentro de la Iglesia -es una comunidad ecuménica, que admite miembros de otras confesiones-, como en el seno de las familias. Por eso, además de los ciclos de formación durante el curso, para gente vinculada a la comunidad, han empezado a organizar allí, en verano, un encuentro de seis días abierto a todas las familias que lo deseen.

Su otra gran aportación en Zaragoza es el apostolado a través de la cultura. La iglesia de la Cartuja tiene pinturas de Goya, y los sábados ofrecen visitas culturales en las que también explican la historia y la vida de los cartujos. «Goya nos ayuda a que este sea un lugar para la evangelización. Una persona me dijo una vez: He venido para ver los Goyas, pero vuestra presencia aquí es más importante». Otra oportunidad para dar testimonio es la Misa del domingo, a la que ya acuden bastantes personas de fuera.

Vista de la cartuja ‘Aula Dei’.

Amor, alabanza y misión

El nombre de Chemin neufcamino nuevo-, aunque muy apropiado, tiene un origen muy simple: es la calle de Lyon donde, en 1973, se instalaron siete laicos solteros -hombres y mujeres-, acompañados de un jesuita que había pedido a sus superiores permiso para estar con ellos. Más tarde, llegaron las familias. Todos tenían experiencia de la Renovación Carismática, y sentían la llamada a vivir en comunidad esta espiritualidad, que combinan con la ignaciana. El padre Jacques explica que «ambos carismas no se oponen, al contrario». Para él, los movimientos carismáticos han contribuido a recuperar «el kerigma: Jesús ha muerto, ha resucitado, y envía el Espíritu Santo. En Pentecostés, Pedro anuncia este kerigma y dice: Convertíos, bautizaos, y recibiréis el Espíritu. A veces, hemos olvidado hablar de la conversión». Al recuperar este anuncio, brota la alabanza, «cuando uno ve su pecado y descubre el amor de Dios que le ha salvado»; y también el compromiso misionero, para que «también los demás se salven».

Esto les ha llevado a tener 60 misiones en 27 países, desde Alemania a Burundi. En todas ellas, hay célibes y familias, aunque no siempre de la misma manera. Hay fraternidades de vida, en las que viven juntos y comparten los bienes. En ellas sólo hay familias si -como en Aula Dei– pueden tener un hogar propio. Luego están las fraternidades de barrio, que comprenden a familias que viven en sus casas, pero participan, en la medida de lo posible, en la vida de comunidad -tiempos de oración, ratos de encuentro…- y entregan un diezmo a la caja común del movimiento. También las familias de una fraternidad de barrio pueden dedicar un tiempo en exclusiva a la comunidad, formándose o en misión. Es el caso de las más de 20 familias que han invadido la cartuja de Zaragoza y a las que sueñan que, pronto, se sume alguna española.

Desde una luterana célibe, a una familia con siete hijos

Marie Laure: «Al terminar los estudios, deseaba tomarme un año para los demás, y con el Señor. De Chemin neuf, me interesó que dieran tres meses de formación antes del servicio. Allí encontré algo que, sin saberlo, siempre había buscado: estudiar la Biblia, tiempo para rezar más, compartir… Después de dos años con ellos, me comprometí como célibe. Célibes y familias somos complementarios, y vivir así es una riqueza que nos abre mucho el corazón. Lo que nos une es Jesús, y lo importante es estar a Su servicio y escuchar Su llamada para cada uno».

Andrea: «Yo soy luterana. Antes de entrar en la comunidad, pedí permiso a mi obispo. Es muy bonito, porque soy como un puente entre ambas Iglesias. Para mí, es muy importante descubrir los tesoros de las distintas Iglesias. En la Comunidad, he descubierto los de la Iglesia católica, y me han ayudado a acercarme más a Dios. Hay partes más difíciles, como la Eucaristía o la cuestión de la Virgen. Ahí es muy importante mantener la fraternidad y la confianza. Aquí están tan pendientes de mí, que es fácil vivir juntos incluso estas cosas».

Maelenn y Jean Benoît: «La comunidad nos ayuda a vivir nuestra vocación como familia. Estábamos en una fraternidad de barrio. Pensábamos irnos de misión, pero, discerniendo en comunidad, nos aconsejaron venir mejor aquí, porque estábamos muy cansados. Para ello, Jean Benoît se cogió un año de excedencia en su trabajo, y vendimos nuestra casa. Vinimos con nuestros seis hijos, y aquí nació la pequeña. Viviendo así sentimos más el gusto de la fraternidad. También con nuestras diferencias, porque la manera de ser de cada familia es muy diferente, y se vive también la cruz. Estamos aprendiendo a escuchar al otro y a buscar soluciones que nos lleven a una comunión más profunda. También hemos visto que podemos vivir de forma más simple. Y para los niños es un lugar perfecto».