Nuestra mente es ya el principal campo de batalla - Alfa y Omega

La concesión del Premio Nobel de la Paz a un grupo japonés encargado de preservar la memoria de las víctimas de las explosiones nucleares de Hiroshima y Nagasaki no es —estas cosas nunca lo son— casual. Ni siquiera se ha aprovechado, como cabría esperar, a la celebración del 80 aniversario de los bombardeos, que tendrá lugar el año próximo.

En ocho décadas, el club de las potencias nucleares ha crecido solo marginalmente después de su ampliación inicial a los que ahora son los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. La razón de esta relativa exclusividad en el acceso a las armas nucleares no ha sido siempre la continencia de los países. Primero la tecnología y, siempre, la política y la economía han limitado el número de los que tienen la capacidad de concentrar el equivalente a miles de toneladas de explosivos convencionales en un solo proyectil.

El terrible juego de la disuasión nuclear se ha mantenido todo este tiempo entre las grandes potencias a base de subir la apuesta en lo que se denominó la estrategia de la «destrucción mutua asegurada». Entre tanto, su mera posesión servía de punto de apoyo en el que afirmar la palanca de la influencia mundial.

Ahora, la perspectiva del uso del arma nuclear vuelve a estar de moda. Rusia puede estarse planteando apoyar en los átomos de uranio y plutonio sus pretensiones en Ucrania; Pyongyang hace otro tanto para mantener vivo el régimen de Kim Jong-un; China multiplica el número de sus cabezas atómicas y uno de los candidatos estadounidenses anuncia su intención de retomar los ensayos nucleares prohibidos desde hace décadas.

Los primeros en estallar fueron los acuerdos de no proliferación, que limitaban el número de cabezas nucleares y de vectores. Fue el síntoma, quizás, más que la causa de lo que sucede. Hacen falta más visitas a los museos japoneses de las dos ciudades arrasadas. Allí, lo que más impresiona es el silencio en que se sumen los visitantes ante la visualización de la catástrofe. Como si no bastase con saberlo y fuera necesario verlo para constatar que aquello ocurrió en realidad.

Algunos amenazan ahora con darle a las máquinas la capacidad para emplear estas bombas por sí mismas. Así, habría ya submarinos sin tripulación, rusos —y, aparentemente, norcoreanos— cargados con explosivos atómicos dispuestos a detonarse frente a las costas enemigas para provocar un tsunami radioactivo.

Un vídeo manipulado con IA afirmaba que un alto cargo ucraniano había admitido que su país estaba detrás del atentado contra una sala de conciertos en Moscú en marzo
Un vídeo manipulado con IA afirmaba que un alto cargo ucraniano había admitido que su país estaba detrás del atentado contra una sala de conciertos en Moscú en marzo.

Internet se desarrolló para hacer posible el mantenimiento de la disuasión nuclear. Interesante. Las armas de destrucción masiva dieron lugar a las armas de distracción masiva (o matemática, como diría Cathy O’Neall). Internet se ha convertido en un mundo paralelo y la inteligencia artificial en el motor capaz de sacarle partido para el bien y para el mal. A diferencia de las nucleares, las armas digitales proliferaron por países, por empresas y entre particulares. Ningún tratado entre potencias parece estar en condiciones de poner coto a su empleo. Ninguna cúpula humeante recuerda su uso devastador. Los bits no se perciben como una amenaza vital, los átomos sí.

El temor popular a la llamada inteligencia artificial se basa en mitos de Hollywood, en robots asesinos —reales o ficticios— que matan sin conciencia. Sin embargo, mientras insistimos en lo físico, nos sumergimos cada vez más en lo virtual y en esa mezcla de ambos que es lo híbrido. Un ojo en nuestro móvil, el otro en la calle.

Nuestra libertad, individual y como sociedad, se apoya tanto o más en lo que interpretan las máquinas para nosotros que en la limitada experiencia del mundo que nos ofrecen nuestros sentidos. Sin necesidad de cambiar de periódico, el filtro del algoritmo encierra a cada uno en una burbuja que haría irreconocible el mundo para cualquier receptor de otras noticias.

Buscando emular la forma de razonar de los humanos, hemos desarrollado herramientas más eficientes para influir en nuestras emociones. Hemos creado un mundo en el que la verdad se diseña a medida; no a través del conocimiento, sino de la manipulación de las emociones.

La libertad se hunde sin el apoyo de la verdad. No es necesario convencer al mundo de una mentira, basta con privarle del interés por encontrar y defender la verdad. Las nuevas armas tienen el potencial de destruir la dignidad y la humanidad misma. Será una destrucción masiva, pero individualizada.

El enemigo no está, esta vez, al otro lado de la trinchera. La guerra en el frente pasó a estar también entre la gente y, de ahí, a tener nuestra mente como principal campo de batalla. No hay marcha atrás a la tecnología, pero tendremos que saber hacer que siga siendo una herramienta al servicio de la humanidad. Una humanidad que es el atributo de los humanos más allá de la racionalidad. Si no, lo que es seguro es que aquellos que visiten el museo del futuro también lo harán en silencio. No porque hayan perdido la facultad del habla, sino la voluntad de emplearla.

Participa este jueves en el foro De Nagasaki a Gaza. Guerra nuclear y nuevas amenazas, de la Fundación Pablo VI.