Nostalgia de Barcelona
Los triunfos del deporte español se vivían como éxitos nacionales. Incluso las acciones propagandísticas de los nacionalistas catalanes quedaban difuminadas por el resplandor de aquellos días
Hace 30 años nos sentíamos capaces de todo. Aquel 1992 se conmemoraba el quinto centenario del descubrimiento de América y España acogía los Juegos Olímpicos. Barcelona estaba rebosante de futuro. Las miradas de todo el mundo estaban puestas en la ciudad de la Sagrada Familia. Recuerdo la inauguración de los juegos. El príncipe de Asturias, bandera en mano, encabezaba la representación española. Antonio Rebollo prendió la llama en el pebetero olímpico lanzando en la noche una flecha encendida. Freddie Mercury cantaba junto a Montserrat Caballé. Éramos jóvenes y Barcelona nos representaba.
No puedo evitar cierta nostalgia cuando evoco aquellos años. Se avecinaba una crisis económica de espanto —estalló en mayo de 1993 y España llegó a finales de aquel año a los tres millones y medio de parados—, pero no lo sabíamos. Los triunfos del deporte español se vivían como éxitos nacionales. Incluso las acciones propagandísticas de los nacionalistas catalanes quedaban difuminadas por el resplandor de aquellos días.
No sé en qué momento preciso se perdió aquella ciudad que tanto amé y tanto, tantísimo, añoro. Quizás, como la crisis, ya estaba en marcha su decadencia y no lo percibíamos. Se cernían sobre Barcelona la turistificación, la gentrificación y tantos otros males que han terminado por hacer irreconocibles algunos barrios del centro. Sospecho que, ya en 1992, se estaba fraguando la fractura social que vivimos a flor de piel en 2017.
Veo esta foto del Ayuntamiento de Barcelona iluminado y me embarga la nostalgia. La especulación inmobiliaria y un modelo turístico suicida degradaron la ciudad. El Ayuntamiento de Barcelona ha expresado su preocupación por el aumento de la delincuencia común y la sensación de inseguridad que genera. En junio de este año, Albert Batlle, teniente de alcalde de Seguridad de la Ciudad Condal, reconocía en un periódico nacional que «no estamos en las cifras de 2019, pero nos preocupa». Esas cifras anteriores a la pandemia eran tremendas: 17 muertes violentas y cerca de 11.000 robos con violencia e intimidación.
Sin embargo, hay algo en mí que sigue confiando en que otra Barcelona es posible. El lunes pasado celebrábamos la solemnidad del apóstol Santiago, patrono de España. Tal vez debamos reencontrarnos con Barcelona volviendo la vista al templo expiatorio de la Sagrada Familia, tesoro de la arquitectura modernista, y recordando las palabras de Juan Pablo II durante su visita a la ciudad en 1982: «Barcelona es admirada en el mundo por el conocido dinamismo, laborioso y emprendedor de sus hombres; pero no menos encomiable y meritorio, sobre todo para la Iglesia, es el tradicional ánimo acogedor que a lo largo de la historia ha llevado a barceloneses y catalanes, a vosotros, a compartir ciudadanía humana y cristiana con innumerables gentes, originarias de otras regiones de España».
30 años después de aquel verano de esperanza y alegría, rezo para volver algún día a reconocer aquella ciudad que tanto amo.