Sin ser consciente de ello, en mi adolescencia repliqué la historia de Europa. Como los revolucionarios franceses y los idealistas alemanes pensé que sería capaz de entender mejor la vida que mis padres. (Sí, menudo idiota…). Yo leía y leía, con la pretensión de someter la vida a una idea capaz de reducirlo y explicarlo todo. Con el tiempo, la vida se me ha ido de las manos. La realidad siempre se desmelena para dejar en ridículo mis razonamientos. Ninguna idea puede solventar nuestras tensiones. Ni siquiera la idea de Dios, y mucho menos cualquier idea ética. Este desengaño es peligroso. Ahí está nuestro mundo, con mis alumnos. Porque todo pensamiento se queda siempre corto y acaba por mostrar sus costuras, parece mejor dejarse llevar. No existe esa gran idea: que cada uno haga lo que siente, mientras lo sienta. Pero en ese momento de desencanto con la razón y con la vida vino en mi ayuda mi hermano pequeño, menos sesudo pero más inteligente, que me regaló la poesía. En sus poetas encontré algo mucho mejor que ideas. Era música. Un ritmo imposible de reducir a las palabras conceptos que usa. De hecho, suena mejor justo cuando callan las palabras. Ese es el milagro de la poesía, en cuyos ecos el corazón logra acompasarse por un instante al ritmo del mundo. Ese es el sentido poético, como decía Chesterton de santo Tomás: «La poesía elemental y primitiva que brilla en todos sus pensamientos» es «la relación que existe entre la mente y la cosa real».
Desde entonces trato de enseñar todo con poesía. No se trata de generar literatos, sino de descubrir la música que late en el fondo de la vida y en la corazonada de sus pensamientos. Esa experiencia básica aparece de forma límpida en la poesía de Enrique García-Máiquez: «Porque un poema es un pálpito en el pecho». La poesía es lo más sencillo, íntimo y propio de toda la vida: «La poesía lo da todo sin pedir casi nada. Es increíble lo poco que hace falta en un poema. Que estemos juntos, por ejemplo, en una tarde tonta, igual que tantas, y que digas de pronto: “Qué suerte estar contigo” y que yo piense: “Oírtelo decir es un milagro”». Es la música que recoge la vida en su sencillez y muestra su apetito: «Un poema de amor es la esperanza única de vivir aún estremecidos»; «poner toda la carne a estas alturas —toda— en el asador es ya locura. Y el corazón sigue —late— pidiéndomelo: pon-pón, pon-pón…» (Verbigracia).