Nosotros lo fuimos - Alfa y Omega

Alcaraz, Lucena, García, Pastor, Torres y muchos más son algunos de los apellidos de los niños inscritos en catequesis en los años 30 en nuestra parroquia de Argel. Eran hijos de españoles venidos a estas tierras africanas en busca de una vida mejor. Pero en tiempos de la colonización gala, al no poseer la nacionalidad francesa, formaron un subproletariado a medio camino entre el estatuto jurídico —inferior— de indígena, atribuido a los musulmanes, y el estatuto —superior— de ciudadano francés.

Al leer esos apellidos no solo me he acordado de la madre de José Luis, mi amigo de infancia, nacida en Orán, sino que también he tomado conciencia de que yo, con mi nombre, apellidos y acento sigo formando parte de esos inmigrantes que hallan en la Iglesia un espacio de verdad, de libertad, de justicia y de caridad. Todos los misioneros somos emigrantes e inmigrantes.

Las minorías cristianas encuentran en las iglesias mucho más que un lugar de culto: son de los pocos espacios donde una persona sin papeles puede estar sentada junto a un diplomático en el mismo banco. Las iglesias, por minúsculas que sean, son a menudo las únicas instituciones que defienden los derechos de los inmigrantes, que los visitan en las cárceles y hospitales, que favorecen el contacto con la población local, que responden a las necesidades —urgentes, demasiado a menudo— de alojamiento, cuidados médicos, asistencia jurídica, apoyo moral a familias separadas, instrucción a niños y escucha e integración —independientemente de la situación jurídica—, de los inmigrantes de ayer y de hoy.

«Construir el futuro con los migrantes y los refugiados significa reconocer y valorar lo que cada uno de ellos puede aportar. Me gusta ver este enfoque en una visión de Isaías (60, 10-11), en la que los extranjeros no figuran como invasores y destructores, sino como trabajadores que reconstruyen las murallas de la Nueva Jerusalén, abierta a todos los pueblos», dice el Papa Francisco en su mensaje para la Jornada del Migrante y del Refugiado del próximo 22 de septiembre.

¿Cómo podría la Iglesia, pueblo de Dios, atender a los emigrantes solo para el culto o la catequesis y, a la vez, desentenderse del trato que reciben, de las condiciones en que viven, de la legislación que condiciona sus vidas, del racismo fomentado por políticos o por cualquier seudorreligiosidad?