Las calles de Boroyanka, a unos 15 kilómetros al noroeste de Kiev, son un cementerio improvisado. Como en Bucha o Irpin, las tumbas se reconocen por los montículos de tierra que se amontonan uno tras otro. Los patios de las iglesias o las partes traseras de los bloques de pisos también acumulan cadáveres. Muchas no tienen ninguna inscripción ni ninguna cruz. Son los vecinos que sobrevivieron a la masacre los que tuvieron que ponerse a cavar con sus manos los nichos para enterrar los cuerpos que ya comenzaban a pudrirse. Es el reguero de muerte que dejan tras de sí las tropas rusas que ya han salido de la región de Kiev y que avanzan hacia el este. «Habrá combates muy duros allí», adelanta Sviatoslav Yurash, el diputado más joven en la historia democrática de Ucrania. El ataque de Rusia a la estación de tren de Kramatorsk, con decenas de muertos y heridos, es una prueba de ello. Se suma a la convicción de este político convertido en soldado de que veremos más imágenes de la guerra «que dejarán en shock al mundo».
Cumplió 26 años cuando Rusia atacó su país y se convirtió en soldado. Forma parte del batallón 133 del territorio de Bucha y fue testigo directo de la masacre que el Ejército ruso ha dejado en varias ciudades. «Estuve con un grupo de soldados americanos que nos han mostrado, por ejemplo, uno de los cohetes que están usando los rusos en exclusiva y que está equipado con municiones que están prohibidas por la Convención de Derechos Humanos de Ginebra», señala a Alfa y Omega. A Yurash –que participó en las barricadas del movimiento de Maidán en los años 2013 y 2014– no le queda tiempo para el miedo. «La situación es muy complicada. Pero esta es una guerra por nuestro futuro, por nuestro Estado como nación, así que no importa lo difícil que sea la situación, la ganaremos. No tenemos otra opción».