«No temáis» - Alfa y Omega

«No temáis»

Domingo de la 12ª semana de tiempo ordinario / Mateo 10, 26-33

Juan Antonio Ruiz Rodrigo
Cristo predicando de Rembrandt. National Gallery of Art, Washington (Estados Unidos).

Evangelio: Mateo 10, 26-33

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay encubierto que no llegue a descubrirse; ni nada hay escondido que no llegue a saberse. Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a la luz, y lo que os digo al oído pregonadlo desde la azotea. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No; temed al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la “gehenna”. ¿No se venden un par de gorriones por un céntimo? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo; valéis más vosotros que muchos gorriones. A quien se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre que está en los cielos».

Comentario

Este domingo continuamos la lectura del Evangelio según san Mateo, exactamente del capítulo décimo, que contiene el discurso de Jesús sobre la misión de los discípulos en el mundo. Es una alocución que se dirige, independientemente del tiempo en que haya sido escrito, a todos los que están llamados al servicio del Señor y de su Reino.

Jesús envía a sus discípulos «entre las ovejas descarriadas de Israel» y les da un mensaje para proclamar, una acción para realizar y un estilo de comportamiento (cf. Mt 10, 5-15). E inmediatamente después anuncia las persecuciones que sus enviados tendrán que sufrir en la misión (cf. Mt 10, 16-23). Es decir, lo que experimentó Jesús también lo experimentarán sus enviados, que serán llamados demonios y serán perseguidos hasta morir en manos de aquellos que están convencidos de dar gloria a Dios de esta manera.

Por tanto, es necesario tener coraje, luchar contra el miedo, no temer nunca. Este es el mensaje del pasaje evangélico de este domingo, que Jesús repite tres veces como un mandato: «¡No tengáis miedo!». En el Antiguo y Nuevo Testamento esta invitación es la palabra dirigida por Dios cuando habla a los que Él llama: a Abraham, a Moisés, a los profetas, a María, la madre del Señor… «No temáis», es decir, no tengáis miedo de la presencia de Dios, sino sentid solamente temor, es decir, la capacidad de discernir su presencia y, por tanto, no tengáis nunca miedo de los hombres, incluso cuando sean enemigos. No temáis nunca, venced el miedo con la confianza en el Señor, siempre fiel, al lado del creyente, incluso en las noches oscuras de la fe, cuando parece ausente. El miedo es un sentimiento humano gracias al cual aprendemos a vivir en el mundo, prestando atención donde existe un peligro o una amenaza. Sin embargo, para quien tiene una fe firme en el Señor, el miedo tiene que ser vencido, no debe volverse decisivo en la relación con el Señor y con el cumplimiento de su voluntad.

Los discípulos de Jesús encontrarán desconfianza, hostilidad y rechazo viviendo el Evangelio y anunciándolo a todos los pueblos. Ante estas dificultades, la tentación es callar la esperanza que habita dentro del corazón, ocultar la propia identidad y hasta incluso huir. Pero Jesús advierte: el tiempo de la misión es un tiempo de desvelar lo que estaba oculto. En efecto, el anuncio del Evangelio exige que lo que Jesús dijo en privado se proclame a plena luz del día, que lo que se dijo al oído se grite desde los terrados. Hubo un ocultamiento de la verdad que tuvo lugar no para olvidar, sino para darlo a conocer en el momento oportuno.

Por tanto, se trata de no temer a los que matan el cuerpo, que interrumpen solo la vida terrena, pero que en realidad no pueden eliminar la vida verdadera. El único temor que se debe tener es el del Señor, porque solo Él puede decidir sobre la vida. De hecho, la vida puede ser vivida entregándola por amor, conforme a la voluntad de Dios, o puede estar marcada por elecciones mortales, que pueden llevar a la ruina. Para expresar este desenlace final, Jesús se refiere simbólicamente al Gehenna, el valle que recogía la basura de Jerusalén.

Seguidamente, Jesús levanta la mirada hacia Dios, su Padre, y da testimonio de todo el poder con que cuida de sus criaturas, sin abandonar nunca a quienes tienen fe en Él. ¿Qué son dos pajarillos? Estas pequeñas criaturas, que viven por centenares en los tejados, nos parecen insignificantes. Ninguno de ellos caerá en tierra sin la voluntad del Padre. Es decir, ni siquiera un pajarillo, cayendo en tierra, es abandonado por Dios. Del mismo modo, hasta los cabellos de nuestra cabeza, que perdemos cada día sin darnos cuenta, están todos contados, porque todos están bajo la mirada de Dios. De esta contemplación nace la confianza que ahuyenta el miedo: Dios nos ve como un padre, nos mira con amor y nunca nos abandona, ni siquiera cuando caemos.