No sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo
Sábado de la 5ª semana de Pascua / Juan 15, 18-21
Evangelio: Juan 15, 18-21
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros.
Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia.
Recordad lo que os dije: “No es el siervo más que su amo”. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra.
Y todo eso lo harán con vosotros a causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió».
Comentario
No somos del mundo. Nunca lo fuimos. En todo experimentábamos un exceso y un defecto ya antes de conocer a Jesucristo. Un exceso, porque en todo como seres humanos somos capaces de ahondar más en la vida del mundo que cualquier otra criatura: ninguna como el hombre es capaz de conocer el mundo y de disfrutarlo. Pero al mismo tiempo un defecto, porque en esa mayor profundidad y gozo experimentamos siempre una insuficiencia en todas las cosas: nada basta, nada es suficiente, y por eso siempre nos lanzamos al día siguiente esperando que algo nuevo suceda. De alguna forma nuestro deseo aparecía ya crucificado (San Ignacio de Antioquía) y todo tenía ya forma de cruz (Justino, Ireneo, Orígenes…).
Por eso Jesús nos ha sacado del mundo: «si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo». Nos ha tomado consigo en la cruz, y nos ha sacado del mundo al resucitar. Porque en su resurrección nuestra vida está ya siempre por delante en Cristo junto a Dios. Al resucitar nos ha balanceado hacia adelante, hacia un provenir que no estaba contenido en nuestro futuro. Al resucitar esperamos —no el día de mañana— sino el día que hoy comienza y no se acaba, para que vayamos «de gloria en gloria». Con su resurrección aspiramos a vivir del Infinito desde hoy hasta toda la eternidad. Y el mundo nos «odia», porque el mundo quiere cerrarse sobre sí mismo contra Dios: quiere bastarnos, quiere ser suficiente para nosotros con su inercia, su vida y su muerte. Pero con la muerte y vida de Cristo podemos aspirar a la Vida eterna que siempre ansiamos.