«No se puede ser sacerdote sin tener una mente y un corazón equilibrados»
El cardenal Beniamino Stella, prefecto de la Congregación para el Clero, explica la reforma de la formación de los seminaristas
En la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, la Congregación para el Clero promulga la nueva Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis, un instrumento para la formación de los presbíteros. ¿Por qué es necesario un nuevo documento para los futuros sacerdotes y cuáles han sido las líneas inspiradoras en la preparación del texto?
La última Ratio Fundamentalis se remonta a 1970, si bien fue actualizada en 1985. Desde entonces, como sabemos, bajo el efecto de la rápida evolución a la que el mundo actual está sometido, han cambiado los contextos históricos, socioculturales y eclesiales en los que el sacerdote está llamado a encarnar la misión de Cristo y de la Iglesia, no sin provocar significativos cambios relativos a otros aspectos: la imagen o la visión del sacerdote, las necesidades espirituales del Pueblo de Dios, los desafíos de la nueva evangelización, los lenguajes de la comunicación y otros muchos. Nos ha parecido que la formación de los sacerdotes tenía la necesidad de ser promovida, renovada y colocada en el centro; hemos sido animados e iluminados por el Magisterio del Papa Francisco: con la espiritualidad y la profecía que distinguen su palabra, el Santo Padre se ha dirigido a menudo a los sacerdotes, recordándoles que un presbítero no es un funcionario, es un pastor ungido para el Pueblo de Dios, con el corazón compasivo y misericordioso de Cristo por las muchedumbres cansadas y agobiadas. La palabra y las exhortaciones del Santo Padre, algunas referidas a las tentaciones ligadas al dinero, al ejercicio autoritario del poder, a la rigidez legalista o a la vanagloria, nos muestran como el cuidado de los sacerdotes y de su formación es un aspecto fundamental en la acción eclesial de este Pontificado y así deberá serlo, de forma creciente, para cada Obispo y cada Iglesia local.
¿Cuáles son las novedades de la Ratio Fundamentalis recién promulgada?
Quisiera decir, en primer lugar, que en la vida de la Iglesia las novedades nunca están separadas de la Tradición; al contrario, la integran y la profundizan; esto es, cuando escuchamos al Espíritu Santo, aprendemos a mirar hacia delante, recogiendo el patrimonio precedente. Así, la Ratio Fundamentalis ha retomado los contenidos, los métodos y las orientaciones producidos hasta ahora en el campo de la formación, actualizándolos e introduciendo elementos nuevos. En el documento siguen presentes las indicaciones de Pastores dabo vobis, de 1992, acerca de una formación integral, capaz de unir equilibradamente las dimensiones humana, espiritual, intelectual y pastoral a través de un camino pedagógico, gradual y personalizado.
Se acentúa particularmente la primera, la dimensión humana; dado que no se puede ser sacerdote sin tener una mente y un corazón equilibrados, además de una madurez afectiva, de tal modo que toda laguna o problemática no resuelta en este ámbito corre el riesgo de ser gravemente perjudicial para la persona y para el Pueblo de Dios. Considerando el éxito positivo de un tiempo propedéutico al comenzar en el Seminario, experimentado ya desde hace tiempo en muchas realidades locales, el texto subraya su importancia y necesidad, con el fin de realizar un atento examen y selección de los candidatos. Después, sobre el aspecto del discernimiento vocacional, el texto insiste mucho: los Obispos y los formadores tienen una gran responsabilidad y son llamados a ejercitar una inteligente vigilancia sobre la idoneidad de los candidatos, sin prisa ni superficialidad. En esta dirección, la Ratio busca superar algunos automatismos que se han ido creando en el pasado; el desafío es proponer un camino de formación integral que ayude a la persona a madurar en cada aspecto y favorezca una valoración final hecha en base a la globalidad del recorrido. Así, junto a las ya conocidas denominaciones, que subdividen el camino en «fase de los estudios filosóficos», «fase de los estudios teológicos» y «fase pastoral», se añaden «etapa discipular», «etapa configuradora» y «etapa de síntesis vocacional», a cada una de las cuales corresponde un itinerario y contenido formativo, orientados a asimilar la imagen del Buen Pastor. Resumiendo: para ser un buen sacerdote, además de haber superado todos los exámenes, es necesaria una comprobada maduración humana, espiritual y pastoral. Considero superfluo añadir que otras pequeñas novedades pueden encontrarse en el texto, como la aproximación a los contenidos, el lenguaje usado, la metodología formativa propuesta y la inspiración que, en general, el documento recibe sobre todo del actual Magisterio Pontificio.
Más allá de las novedades concretas, ¿cuál podría ser la palabra-clave más importante para adquirir una visión global de la nueva Ratio?
Elijo, al menos, tres. La primera es «humanidad». Pienso que no insistiremos nunca lo suficiente sobre la necesidad de que los seminaristas sean acompañados en un proceso de crecimiento que los haga personas humanamente equilibradas, serenas y estables. Sólo así será posible tener sacerdotes de trato amable, auténticos, leales, interiormente libres, afectivamente estables, capaces de entretejer relaciones interpersonales pacificadas y de vivir los consejos evangélicos sin rigidez, ni hipocresía, ni escapatorias. La Ratio insiste en la importancia de este acompañamiento humano, que ayude al desarrollo de la madurez de la persona y garantice en los candidatos un buen equilibrio psico-afectivo.
La segunda palabra es «espiritualidad», que no puede ser dada por supuesta. La conciencia de la identidad presbiteral se apoya en este aspecto: el sacerdote no es el hombre del «hacer», un líder, un gestor de lo religioso o un funcionario de lo sagrado; es un discípulo enamorado del Señor, cuya vida y ministerio se fundan en la íntima relación con Dios y en la configuración con Cristo Buen Pastor. Sólo así –cultivando la vida espiritual con disciplina y dedicando tiempos a este propósito– podrá superarse una visión sacral o burocrática del ministerio y podremos tener sacerdotes apasionados del Evangelio, capaces de «sentir con la Iglesia» y de ser, como Jesús, «samaritanos» compasivos y misericordiosos. Diría que la tercera palabra es «discernimiento». Quien sigue el sendero del Evangelio y se sumerge en la vida del Espíritu, supera tanto la aproximación ideológica como la rigorista, descubriendo que los procesos y las situaciones de la vida no pueden ser clasificados a través de esquemas inflexibles o normas abstractas, sino que deben ser entendidos a través de la escucha, el diálogo y la interpretación de las mociones del corazón. El lugar privilegiado para madurar en el arte del discernimiento es el acompañamiento personal, sobre todo en la dirección espiritual. Se trata de un ámbito fundamental, que requiere la apertura sincera de los candidatos y la preparación y disponibilidad de los formadores que ofrezcan tiempo e instrumentos útiles. El discernimiento es un don que los Pastores deben ejercitar sobre sí mismos y, todavía más, en los ámbitos pastorales, para acompañar y leer en profundidad sobre todo las situaciones existenciales más complejas, que a menudo marcan, sobrecargan y hieren a las personas a nosotros confiadas. Hablando en la última Asamblea de la Compañía de Jesús, el Papa Francisco ha manifestado su preocupación por este tema: «Estoy notando –dijo– la carencia de discernimiento en la formación de los sacerdotes. Corremos el riesgo de habituarnos al “blanco o negro” y a lo que es legal. Estamos bastante cerrados, en general, al discernimiento. Una cosa es clara: hoy en una cierta cantidad de seminarios ha vuelto a reinstaurarse una rigidez que no es cercana a un discernimiento de las situaciones». El desafío principal que la Ratio intenta recoger también nos lo sugiere el Papa Francisco: formar sacerdotes «prudentes en el discernimiento» (Misericordia et Misera, n. 10).
Qué mensaje querría transmitir, como Prefecto de la Congregación para el Clero, a los sacerdotes de hoy?
Querría decir, en primer lugar, que la gran responsabilidad a mi confiada en la guía del Dicasterio me motiva cada día a rezar por los sacerdotes. Muchos de ellos, en un modo u otro, pasan por el Dicasterio; tratamos de acoger, escuchar y entrar en situaciones de vida y de ministerio muchas veces delicadas, difíciles o fatigosas. Al mismo tiempo, sabemos que muchos sacerdotes ofrecen su vida con generosidad y entrega al anuncio del Evangelio. A cada uno querría decir sobre todo: ¡No se desanimen! El Señor no se desdice de sus promesas y, si les llamó, hará brillar su luz también cuando sufren la oscuridad, la aridez, el cansancio o el fracaso pastoral de un momento. Querría recomendar a los sacerdotes: ¡que no se apague en ustedes la sana inquietud que les mantiene en camino! No desatiendan la oración, cuiden su vida interior, permanezcan disponibles cada día para formarse y dejarse sostener y enseñar por la vida pastoral y por el Pueblo de Dios. Debemos perseverar vigilantes, como se sugiere en este tiempo de Adviento, para no consentir que la costumbre o la mediocridad mengüen el don que el Señor nos ha hecho. No hemos elegido por casualidad, para la publicación de esta Ratio, el día de la Inmaculada Concepción, porque, como María, somos llamados a esperar al Señor, acogerlo y «darlo a luz» en el mundo entero, en la certeza de que «los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, levantan el vuelo como las águilas, corren y no se fatigan, caminan y no se cansan» (Is 40, 31).