Abadesa y casera de refugiados: «No puedo ser culpable de acoger a personas desesperadas»
La abadesa benedictina alemana Mechthild Thürmer acoge desde hace cinco años a refugiados que llaman a su puerta. Ha sido llevada a juicio, pero su comunidad insiste en practicar una tradición eclesial milenaria
En Zapfendorf, en el corazón de Alemania, a pocos kilómetros al norte de Nuremberg, se levanta el monasterio de Abtei Maria Frieden, rodeado de árboles y campos de cebada. En la entrada, un almendro en flor da la bienvenida al visitante; es un signo más de la acogida que se brinda en este lugar desde hace años. Los peregrinos a Santiago que parten de Europa Central tienen aquí un lugar de reposo, y desde 2016 una treintena de migrantes en busca de asilo han encontrado entre sus muros refugio y abrigo, aunque no sin problemas para las once hijas de san Benito que hoy habitan el monasterio.
«El derecho al asilo eclesiástico es una forma de acogida que existe desde la antigüedad y es una forma de protección para las personas en peligro», explica Mechthild Thürmer, abadesa de la comunidad desde hace una década, sobre el derecho a acogerse a sagrado, una realidad que hunde sus raíces en el mismísimo comienzo de la Iglesia y que ha sido recogida en numerosos concilios a lo largo de la historia. «Las hermanas de mi comunidad siempre hemos querido ayudar en la medida de lo posible a los solicitantes de asilo que nos llegan», señala Thürmer.
«No soy culpable de nada»
En octubre de 2018, la comunidad abrió sus puertas a una mujer eritrea embarazada que estaba pendiente de una orden de expulsión. Las autoridades alemanas querían deportarla a Italia, el país desde el que entró en la Unión Europea, donde la mujer sufrió vejaciones y fue violada. «Vimos la impotencia y la desesperanza de esta mujer y no pudimos negarnos. Estaba muy traumatizada y querían hacerla regresar donde, ciertamente, habría tenido esas experiencias nuevamente», cuenta la madre Mechthild.
Después de ser acogida en el monasterio, el tribunal de distrito de Bamberg impuso a la abadesa una multa de 2.500 euros «por ayudar e incitar a la residencia ilegal», una sanción que la religiosa decidió no pagar. «Si mi conciencia me lo indica así, no puedo ser culpable de ayudar a alguien en una situación desesperada. Así que tampoco tengo que pagar nada. Para mí, lo que hice fue correcto. No hice daño a nadie», explica.
Sin embargo, el caso levantó no poco revuelo en su país y fueron muchos los que respondieron ofreciendo su apoyo. Empezaron a organizarse vigilias de oración y el Consejo Diocesano de Católicos de la diócesis de Bamberg mostró su solidaridad con ella. Incluso los obispos de Baviera avalaron su actuación en un comunicado conjunto: «No vemos ningún motivo para una condena», dijo sobre la polémica el cardenal Reinhard Marx.
El juicio contra la abadesa llegó a aplazarse dos veces y luego se suspendió definitivamente, en espera de las investigaciones sobre otros casos similares a lo largo y ancho del país. Al final, la mujer dio a luz en el mismo monasterio, y poco después logró reunirse con su marido, que ya había obtenido un permiso de residencia y un trabajo en Alemania.
- 344: El Concilio de Sárdica regula el derecho de acogerse a sagrado
- 431: Teodosio extiende la protección a 60 pasos alrededor del templo
- 681: El Concilio de Toledo castiga con la excomunión a quienes atenten contra este derecho
- 1055: El Concilio de Coyanza confirma la protección, sea cual sea la culpa
- 1917: El Código de Derecho Canónico lo menciona, y en 1983 lo silencia, pero sin abolirlo
Un ora et labora conjunto
Hoy, la convivencia diaria entre monjas y refugiados está marcada por el ora et labora que caracteriza a los benedictinos. «Para nosotros es importante que su día esté estructurado para que luego puedan orientarse mejor por Alemania», afirma la abadesa. Por eso, durante el día reciben clases de alemán y también trabajan en la cocina, en la granja y en la hospedería, donde están alojados; un horario que a veces se ve interrumpido porque «a menudo tienen pesadillas por la noche y deben recuperar el sueño necesario durante el día».
En este ritmo también se cuela inevitablemente la oración, que en muchas ocasiones es compartida: «Algunos vienen a rezar con nosotras, incluso los musulmanes», dice la superiora de la comunidad, que se reconoce especialmente impresionada por la vida espiritual de las mujeres de Eritrea: «Son ortodoxas y muy piadosas. Realizan sus ayunos y rezan sus oraciones de manera ejemplar».