Cuenta en estas páginas Cristina López del Burgo, autora de un libro sobre cómo convivir con la infertilidad, que una de cada seis parejas tienen dificultades para tener hijos. O directamente no pueden. Cuántos casos tenemos a nuestro alrededor, cada vez más. Mujeres que se someten a terribles tratamientos hormonales para conseguir el anhelado deseo. Pruebas y más pruebas. Tensión en la pareja. Matrimonios que tienen un hijo pero el segundo no llega. Abortos no deseados. En el ambiente eclesial, donde las familias son generosas y su vocación es dar vida, en ocasiones se provoca una presión injusta. Ya de por sí, compararse es duro para muchos. Ver cómo multitud de niños revolotean alrededor de sus padres y pelean entre sí, mientras tu hijo no tiene hermanos o ni siquiera llegaste a tener uno pero lo llevaste —en ocasiones, varias veces— en tu seno, es un sufrimiento inexplicable y un duelo eterno. Como López del Burgo, yo también reivindico el respeto hacia las familias sin hijos o con «pocos» —a los ojos de algunos—. La fecundidad en la vida, el camino hacia la santidad, pasa por aceptar con alegría lo que Dios nos pone ante el camino. No por cumplir con la norma impuesta.