Andábamos distraídos, al menos unos cuantos, con la dimisión de Rubalcaba, aquí donde del rey abajo parecía como si el verbo renunciar no existiera; distraídos y nada sorprendidos con la rendición del alcalde de Barcelona a los cafres -cada cual da lo que tiene-; y más que distraídos con el resultado de las elecciones europeas, tan revelador en España como en el resto de Europa, aunque por motivos no sólo diferentes sino contrarios, cuando de repente abdica Su Majestad el Rey y los verbos dimitir y renunciar empiezan a ser conjugados de nuevo, en primera persona del singular del presente de indicativo. Así que lo primero que te suelta el amigo del kiosco mañanero es: Pero, bueno, aquí ¿qué está pasando? Porque que está pasando algo es evidente, a todas luces. Hasta los más linces que habían apodado al Rey Juan Carlos El Breve -Dios les conserve la vista- se han sobresaltado y puesto nerviosos cuando, casi 40 años después, nos dice adiós porque «una nueva forma de enfrentar la realidad se impone». Que en España hace tiempo que se impone la necesidad de una nueva forma de enfrentar la realidad está más claro que el agua clara, y llama la atención que los entendidos hablen de una segunda Transición. Pero ¿transición a qué? Porque eso es lo que verdaderamente importa: ¿a más de lo mismo, sólo que un poco más cargado de bombo? No, hombre, no: Transición democrática. O sea que, a partir de ahora, ¿no va a haber duopolio partidista, no va a haber partitocracia, y sí va a haber independencia judicial y separación de poderes?
Ha hablado el Rey de relevo generacional. Dios nos asista y nos coja confesados. Acertar a irse y a decir adiós no es asignatura fácil, ni está al alcance de cualquiera. No faltan ya adivinos y arúspices que aseguran que el Rey se va a tiempo, porque a no tardar, y si Dios no lo remedia, las cosas podrían complicarse más de lo que están y ahora todavía hay mayorías nacionales que pueden aprobar, en cuatro días, leyes y decisiones irresponsablemente postergadas durante décadas. Si hay algo meridianamente claro, en esta hora de España, es que no es momento de improvisaciones ni prisas, no es momento de gritos y de pancartas callejeras, ni de aventureros de todo a cien, sino de sensatez y sentido común, de reflexión serena, de búsqueda de normalidad, estabilidad, dignidad y servicio real. Es la hora de los verdaderos servidores de la cosa pública, no la de los saltimbanquis de la política, ni mucho menos la de los mercenarios disfrazados de demócratas de toda la vida. Se va el Rey y, oigan, en Cataluña y Vascongadas arriman el ascua a su escuálido nacionalismo, el CNI catalán -el Centro de Seguridad de la Información de Cataluña… y de los grandes expresos europeos-, sin enterarse. Ya lo saben ustedes: no sólo hay un Centro de Seguridad de la Información -que manda narices y que nos costará un ojo de la cara-, sino que además es de la información de Cataluña, donde, por lo visto, la información también es diferente, y ya se supone que superior y más cara que en los demás sitios del mundo.
Es momento también de agradecer servicios al Rey y, sin cicaterías, a la Reina, porque la monarquía verdadera, si es algo, es un instrumento de servicio al bien común, ese bien tan raro y tan desconocido en la España de hoy. Sereno realismo y normalidad son hoy mucho más que palabras-talismán o palabras-clave, ahora que profesorcitos con coleta, globalizados, manipuladores de universitarios de boquilla y Erasmus que se pirran por hacerles el rendivú, en vez del boicot de la indiferencia o de la indignación, y ahora que los medios de comunicación complacientes y olvidadizos hacen de su capa un sayo, con tal de bailarles el agua a los agitadores de profesión que enseñan cosas tan profundas como que «el problema no es un contenedor ardiendo, sino buscar comida en él»; y lo enseñan después de que se han pasado la vida fabricando a buscadores de comida en contenedores que, previamente, ellos queman. «¿Por qué no va a estar España preparada para que gobierne una mujer?», pregunta la socialista Carmen Chacón, y ya le han respondido con otra pregunta inapelable: Pero ¿es que acaso esta España está preparada para algo? García de Cortázar ha escrito, en ABC: «Hay dos formas de enfrentarse a fracturas históricas del calibre de la de hoy: tratando de recomponer pacientemente el discurso de la democracia, o entregarse a los beneficios inmediatos de las simplificaciones populistas. Lo primero corresponde a la mejor tradición de Europa; lo segundo, a algunos episodios tormentosos que habíamos dado por cerrados hace más de setenta años».