Abusos a religiosas: «No eres obediente, no quieres ser santa»
El velo del silencio, del periodista italiano Salvatore Cernuzio, recoge los testimonios de once religiosas sobre el maltrato psicológico o el racismo que sufrieron durante su vida consagrada
«Intentaba por todos los medios no ser humillada. Me levantaba antes de la hora para no llegar tarde; comía rápidamente porque no quería faltar a las tareas, aunque estaba muy cansada». La culpa y el miedo extremo a cometer un error aún resuenan en la cabeza de Marcela, una monja latinoamericana que vivió más de 20 años bajo el yugo neurótico de su superiora. «Gritaba constantemente, incluso en la capilla frente al Santísimo, solo por una mancha en el suelo», describe con pudor en el libro El velo del silencio, del periodista italiano Salvatore Cernuzio. Su nombre –como el de las otras once mujeres que ponen voz a la cadena de abusos psicológicos, maltratos, presiones y chantajes emocionales que sufrieron en su vida como consagradas– es ficticio, para garantizar su anonimato.
La primera en contar su historia en el volumen, publicado de momento solo en italiano, es una amiga de la infancia del autor a la que no veía desde hacía años, cuando entró en un convento de clausura en Italia. «La encontré devastada a nivel físico y psicológico», pero en vez de ofrecerle ayuda, la echaron sin miramientos con estas perversas palabras: «No eres obediente, no quieres ser santa y no tienes vocación».
Cernuzio comenzó entonces a investigar otros casos similares y llegó hasta una comunidad religiosa en Roma –gestionada por las scalabrinianas– donde se refugian las monjas que abandonan los conventos y no saben dónde ir. Así conoció a la hermana Elizabeth, que llegó a acostumbrarse a los castigos psicológicos tras interiorizar que la vida religiosa era obedecer ciegamente «como si fuera un perro». O Thérèse, que sufría fuertes dolores en la columna, pero para su superiora eran solo excusas para poder librarse de las tareas. «Una monja agotada por el trabajo es igual a una buena monja. Lo que importa es la cantidad de cosas que haces: planchar, lavar, cocinar, acompañar a alguien. […] Este sistema se puede comparar con la ideología de los países comunistas, donde la persona es importante y cuenta solo mientras pueda trabajar», señala en el libro. O Aleksandra, una joven consagrada de 31 años, a quien, tras contar a la monja superiora de su congregación que había sufrido abusos sexuales por parte de un sacerdote con el que trabajaba en un proyecto, la acusaron de haberlo provocado ella misma. «Permaneció inerte durante semanas, sobrecargada de pensamientos, aplastada por el trauma, sintiéndose sucia y asustada», escribe Cernuzio, que solo espera «hacer bien a la Iglesia» y que se atienda debidamente a estas religiosas. Según datos actualizados en 2018 de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica, solo el 3,8 % de los institutos del mundo fueron objeto de una visita apostólica. «Teniendo en cuenta que se trata de una cifra oficial, cabe suponer que es la punta del iceberg de una crisis generalizada», apunta.
Muchas solo necesitaban una red de apoyo emocional y psicológico, pero lo peor es que la comunidad religiosa donde vivían –su familia– les negaba esa posibilidad. «Les decían que todo se arreglaría rezando», explica el periodista, que trabaja para los medios de comunicación del Vaticano e incide en el riesgo de que estas mujeres «pasen como histéricas» o particularmente «frágiles como para reaccionar».
La subsecretaria del Sínodo de Obispos, la francesa Natalie Becquart, única mujer en tener derecho a voto sinodal, señala en el prólogo que el libro «invita a mirar a la cara a la realidad», «a decir la verdad» y a buscar «posibles caminos para acompañar a las personas que sufren durante la vida religiosa o que la han abandonado y deben reconstruirse».
De la lectura del libro se desprende «el vacío» con el que se topan las consagradas cuando dan el paso definitivo. «La culpa pesa siempre en la que se va, que queda expuesta a un abandono total», subraya. Algo mucho más evidente en las religiosas extranjeras, que no cuentan con una red familiar de apoyo. «Muchas llegan a Italia con los permisos religiosos, pero al dejar de ser monjas, tienen que transformarlos en visados corrientes». Otras no han «trabajado nunca y no se les ha permitido estudiar», por lo que son obligadas a aceptar esta situación para «poder comer y no acabar durmiendo en un parque o en una estación», explica Cernuzio.
Una de ellas es Anne-Marie, de Camerún, a la que, además, inundaban de comentarios racistas en el instituto donde vivía en Estados Unidos: «No sabes lo que hay que hacer, no tienes derecho a decir esto, no entiendes nada». Lo peor fue que su madre falleció mientras ella estaba en el primer año de noviciado y ni siquiera le comunicaron la noticia hasta pasados unos días. El periodista recoge también la voz de una psicóloga que ha acompañado a cerca de 15 monjas contemplativas que, tras haber presentado su renuncia, sentían ganas de suicidarse: «No mostraban signos de desequilibrio mental o de depresión severa. Las causas estaban relacionadas más bien con el estilo de vida […]. Habían intentado convertirse en la santa monja perfecta renunciando a todo lo que aspiraban».
Al ofrecer públicamente su testimonio ninguna de las religiosas quería sacar a la luz «un escándalo». Es más, todas «siguen sintiendo a la Iglesia como una madre», asegura el italiano, que enumera la labor de acogida que han hecho con ellas algunas parroquias, comunidades de laicos o sacerdotes. Pero este problema no se resuelve con la solidaridad puntual de unos cuantos. «Se debería crear un sistema de acompañamiento» similar al que se activa cuando traspasan por primera vez los muros del convento.
Salvatore Cernuzio
San Paolo Edizioni
2021
208
20 €