«Necesitamos una Iglesia que hable el lenguaje de la caridad» - Alfa y Omega

«Necesitamos una Iglesia que hable el lenguaje de la caridad»

El Papa ha visitado a niños y jóvenes discapacitados, se ha reunido con pobres y refugiados y ha rezado junto a la comunidad greco-católica en Hungría

Ángeles Conde Mir
El Papa saluda a una familia en la Iglesia greco-católica de la Protección de la Madre de Dios en Budapes. Foto: CNS Photo / Vatican Media.

Tres eventos han marcado la mañana del Papa en su segunda jornada en Hungría. Francisco ha querido visitar primero el Instituto Beato László Batthyány-Strattmann. Se trata de una institución fundada por la hermana Anna Féher, a la que llamaban la Madre Teresa de Hungría, y el cardenal László Lékai en 1982. La religiosa, invidente, abrió esta casa para acoger a niños ciegos. Comenzó en un apartamento de menos de 100 metros cuadrados hasta que años después consiguió establecer su obra en el actual instituto, más grande, el que ha visitado este sábado Francisco. El Papa ha sido recibido por un grupo de niños y jóvenes invidentes y con otras discapacidades físicas e intelectuales que son atendidos en esta institución. Le han dedicado varias canciones mientras ondeaban pequeñas banderas vaticanas. A Francisco le ha conmovido esta sencilla acogida y así se lo ha hecho saber en un discurso improvisado en el que también les ha agradecido su ternura. A estos jóvenes, familias, empleados y voluntarios les ha dicho que llevar adelante la realidad que afrontan, tal y como es, «es puro Evangelio».

Una Cáritas clandestina

A continuación, el Papa se ha desplazado a la iglesia de Santa Isabel de Hungría para mantener un encuentro con personas de escasos recursos y refugiados, muchos de ellos ucranianos. Le ha recibido el presidente de Cáritas Hungría quien ha explicado al Papa que esta organización operó en la clandestinidad desde 1950, cuando el régimen comunista la prohibió, hasta 1991. Después Francisco ha escuchado los testimonios de algunas personas asistidas por Cáritas y de dos voluntarios, un diácono y su esposa. También el de una familia ucraniana con cinco hijos que vive desde mayo en Hungría. Además de relatar al Papa su terrible periplo desde Ucrania, le han dado las gracias por alzar la voz por la paz y a favor de las víctimas de la guerra. Por último, el diácono y su esposa han contado a Francisco que crearon un hogar de acogida para personas pobres donde curan sus cuerpos y sus almas. Otra familia le ha relatado cómo acercarse a la Iglesia les ha cambiado la vida tras sufrir durante años el alcoholismo del padre.

«La peste de la indiferencia y del egoísmo»

En su discurso, el Papa ha hecho referencia a cada uno de esos testimonios y ha destacado cómo todos ellos hablan del «lenguaje de la caridad»: «Necesitamos una Iglesia que hable fluentemente el lenguaje de la caridad, idioma universal que todos escuchan y entienden, también los más alejados, aquellos que no creen». Ha detallado cómo debe ser ese lenguaje, sobre todo, porque «no basta con dar pan para alimentar estómagos, sino que hay que nutrir el corazón de las personas». «La caridad no es una simple asistencia material y social. Se preocupa de la persona completamente y desea alzarla con el amor de Jesús, un amor que ayuda a recuperar la belleza y la dignidad», ha dicho Francisco ante un público entre el que se encontraban muchas personas pobres materialmente. Parte de ese lenguaje de la caridad es mirar a los ojos. El Papa ha recordado una vez más que «no se puede ayudar al otro mirando para otro lado» y que «para hacer caridad, hace falta el valor de tocar porque no se puede dar limosna a distancia, sin tocar». Por eso, ha condenado «la peste de la indiferencia y del egoísmo» que se puede extirpar de la sociedad con el amor de Jesús.

El Papa no ha querido despedirse de los voluntarios y trabajadores que representan esta caridad de la Iglesia en Hungría sin antes agradecer su compromiso, en coordinación además con otras Iglesias. También les ha dado las gracias por haber acogido a tantos refugiados ucranianos. Antes de marcharse, Francisco se ha detenido a saludar al coro de gitanos que ha amenizado el encuentro.

El último evento de la mañana ha sido breve, pero muy significativo. No estaba incluido en el programa inicial del viaje y se ha desarrollado muy cerca, en la iglesia greco-católica de la Protección de la Madre de Dios, apenas a 50 metros de la parroquia de Santa Isabel. Allí Francisco ha sido recibido por el metropolita de la Eparquía de Hajdúdorog para los católicos de rito bizantino. Juntos se han acercado al iconostasio y han compartido unos minutos de oración con la comunidad.