Una imagen vale más que mil palabras, pero cuando las palabras nos llevan a imágenes que traspasan lo más hondo de nuestro ser, quedamos ensimismados y mudos por la fuerza que desprenden. Una fuerza que empuja a meditar sobre la cruel realidad de las deportaciones abusivas de haitianos que continúan de forma salvaje y despiadada a pesar del rotundo rechazo del pueblo humilde y creyente. Y más todavía en los días de Navidad e inicio de año, donde todo son abrazos y buenos deseos, mientras que aquí en República Dominicana tantas personas sufren el desarraigo forzoso de su tierra y la separación violenta de sus seres queridos. Las redadas policiales contra los haitianos obedecen a órdenes que provienen de un despacho preñado de odio indiferente a los gritos sordos de los niños que nunca entenderán por qué violentan sus casas en la noche, iluminada por la estrella de Belén, cazando descalzos y medio desnudos a sus papás para cargarlos, peor que si fueran animales, en la camiona de la vergüenza, como se conoce a los camiones con los que son transportados los indocumentados de nuevo a Haití. Son conocidas las mordidas de 15.000 pesos, las peticiones de sexo forzado a cambio de la libertad que se dan en el Centro Vacacional de Haina o la avaricia de los usureros… En el nacimiento de las hermanas Misioneras Dominicas del Rosario en El Seibo, al este de la República Dominicana, está también representada la camiona con el siguiente texto: «Aquí estamos, aquí, vamos… Mejor dicho, nos llevan… Dicen las malas lenguas que no comeremos ni beberemos nada hasta… Tampoco iremos al baño hasta… Alguna gente ya no aguanta y lo hace aquí dentro como puede. Llevamos horas en esta camiona. Sin saber qué nos pasará porque en la frontera nadie nos espera… a nadie tenemos al otro lado».