A punto de terminar 2022 tenemos que comprobar si se ha cumplido la previsión que hacía la consultora Gartner para este año. Vaticinaba que se publicarían más noticias falsas que verdaderas en estos doce meses. El consiguiente problema sobreviene porque esas noticias falsas cada vez están mejor construidas, en ocasiones con inteligencia artificial difícil de desenmascarar; además, los públicos carecen de la necesaria alfabetización digital, voluntad y tiempo para detectarlas. Un estudio del grupo de investigación Innomedia de la Universidad Nebrija ha confirmado que la generación Z —con edades de entre 14 y 28 años— la primera digital, carece de memoria anterior al smartphone, está en redes sociales permanentemente y no sabe vivir sin internet. Cinco de cada diez jóvenes no se informan a través de los medios tradicionales y para siete de cada diez la credibilidad está en las redes.
Los jóvenes de esta generación no son solo nativos digitales, son nativos sociales. Pocos serán los que lean esta tribuna, o el contenido de este semanario, porque son la generación de lo audiovisual, del consumo rápido de la cultura snack: a pesar de tener todo a toque de pulgar no profundizan, porque no saben hacerlo.
En este consumo de contenidos concretos, los medios han reaccionado tarde para llegar a un público que siente desafección por el periodismo y que confía mucho más en el efecto halo de prescriptores que hablan su mismo lenguaje —influencers— y que además les cuentan lo que quieren escuchar. La reflexión y el análisis también han perdido la batalla en la escuela, con planes de estudio poco exigentes y métodos de enseñanza que no son capaces de competir por su atención. Les damos un móvil a los 10 años, pero no les enseñamos a utilizarlo.
La opción no es la inacción, sino remangarse las pantallas y ponerse a la alfabetización digital desde todos los puntos de acción. El que a mí me compete es el de madre y educadora, por eso defiendo que deben ir de la mano. El miedo a lo que no se conoce y el desconocimiento de lo que ellos más usan los dejan sin acompañamiento, a merced de un contenido que elige un algoritmo, una máquina. Si los hemos educado en el mundo analógico para poder moverse por la calle, es necesario que los guiemos en el nuevo escenario digital. En este escenario hay normas de comportamiento, hay responsabilidad y hay leyes. La pasada semana se dictó la primera sentencia de cárcel en España por divulgar noticias falsas desde Twitter.
La desinformación en la era de la posverdad en la que nos encontramos está creando una sociedad peor informada, enfrentada ideológicamente desde la polarización; un caldo de cultivo para el odio y una tierra fértil para la manipulación desde la propaganda. En definitiva, nos hace rehenes de planes ideológicos descabellados, sin fundamento, que apelan a los sentimientos, porque en las emociones es donde germina la mentira.
No estamos preparados para detectar fake news. En los últimos años han proliferado los organismos de fact checking, se ha invertido en el aprendizaje a través de la divulgación, se percibe más compromiso desde los medios serios y algo se ha conseguido. Trump puso las fake news en el debate político en 2016, y coló. Seis años más tarde ha salido tocado —que no hundido— de las elecciones legislativas de mitad de mandato. Lo mismo le ha pasado a Bolsonaro en Brasil, altavoz de bulos en las redes, que se ha quedado fuera de momento. A Putin, el rey de las mentiras bélicas, solo le creen los que consumen sus medios.
Lo que está pasando en Twitter con el desembarco histriónico de Musk no es menor; las redes han perdido la batalla del debate democrático y respetuoso, han perdido la batalla de la verificación y la verdad. Ese puede ser el final de un lugar donde casi 200 millones de usuarios activos comparten la vida misma cada día. Podremos decir que lo malo se llevó por delante todo lo bueno, porque las redes tienen un lado bueno. Hay mucha gente compartiendo inquietudes, conocimiento, hay debates sanos, hay conectividad global propicia, aunque, de nuevo, la mano del hombre que todo lo ensucia ha hecho un mal uso de las herramientas. La natural querencia humana a la socialización nos llevará a otras redes, pero no podremos cambiar nada si no aportamos en positivo, y para ello debemos saber cómo hacerlo. Debemos saber que Telegram no es mejor. TikTok es darle al Gobierno chino nuestra vida. WhatsApp es lobo con piel de cordero. Muchas otras vendrán prometiendo socializar virtualmente de manera sana y seremos nosotros los que tendremos la herramienta en nuestra mano para hacerlo bien. Que no se nos olvide que la llave para luchar contra las fake news en las redes sociales la seguimos teniendo la gente que cree en la verdad.
La autora acaba de publicar Las fake news y las redes sociales en el escenario de la docencia (PPC)