El pasado 2 de febrero se publicó el libro Nadie nace en un cuerpo equivocado. Éxito y miseria de la identidad de género. José Errasti y Marino Pérez Álvarez, profesores de la Universidad de Oviedo, son dos académicos valientes que afrontan en este libro, cuyo prólogo firma Amelia Valcárcel, cuestiones relativas a la teoría queer. Ha llegado la hora, escribe la académica, de «defender que la tierra es redonda y el sexo existe». Y eso es lo que hacen los autores. Parafraseando las primeras líneas del Manifiesto comunista, Errasti y Pérez Álvarez aluden al fantasma del generismo queer. La identidad de género es una creencia que se reclama como evidente: el sexo y el género se confunden intencionadamente, los conceptos de mujer y varón se vacían de sentido y todo acaba siendo una construcción social; o, lo que es lo mismo, algo no real.
Los autores apuntan algunas de las causas que explican la difusión de estas creencias. Una es la devaluación de la procreación, la vigencia del género fluido y la negación de que existen varones y mujeres. Lo natural, como escribe la filósofa francesa Sylviane Agacinski, se convierte en un tabú. Se deja de hablar de sexo y de reproducción y, subrayan Errasti y Pérez Álvarez, se acaba creyendo que los seres humanos venimos al mundo por generación espontánea o que los niños y las niñas vienen de París a lomos de una cigüeña. La procreación deja de estar presente en las políticas públicas, la natalidad se congela y la imposibilidad de conseguir el reemplazo generacional deja de ser un problema. Cuando lo que la realidad enseña es que sí es un problema, y muy grave, que el invierno demográfico se extienda y que las sociedades dejen de reproducirse.
El libro trata con valentía otras muchas cuestiones. Es todo un desafío cultural que pide un diálogo con la fe cristiana. O, dicho de otro modo, se trata de un desafío cultural que la fe cristiana debería sentir como una invitación al diálogo. No hacerlo sería dejación de responsabilidad cuando lo que está en juego detrás de esta maraña de conceptos desquiciados afecta a la identidad de lo humano.